“El hombre es una planta que produce pensamientos, al igual
que el rosal produce rosas y el manzano manzanas”. Recoge esta cita David Eagleman
de Antoine Favre D’Olivet, un humanista jacobino. ¿De dónde surge nuestro
pensamiento, cómo se forma en la mente? Pensamos lo que podemos pensar,
entre los límites que marca nuestra mente evolutiva según nuestras necesidades.
Eso quiere decir que hay pensamientos que no podemos tener.
Nuestra percepción está determinada por la pequeñísima parte
de la radiación electromagnética que podemos captar (luz visible), tan
diferente de la ultravioleta que captan las abejas, los infrarrojos de la
serpiente de cascabel, el olor del sabueso, las ondas de compresión del aire de
los murciélagos o la temperatura y el olor del ácido butírico de la garrapata.
Hemos extendido nuestra capacidad con máquinas (frecuencias de radio,
infrarrojos, rayos X) pero seguimos estando limitados por nuestra biología. En
1909, el biólogo alemán Jacob von Uexküll se dio cuenta de todo esto y acuñó el
término umwelt (el mundo que te rodea, el entorno) para definir aquello
que podemos conocer por las características de nuestra especie y umgebung
para hablar de la realidad más vasta que se nos escapa. Aceptamos el mundo que
se nos ofrece, umwelt, como la realidad que desde nuestra manera de ver
es la realidad. Un sinestésico (1% de la humanidad), que oye colores y saborea
formas, cree que todo el mundo siente como él; no comprende cómo la gente puede
vivir sin visualizar el tiempo. Para él, p. e., los martes son de color magenta
o ve una sinfonía en dorado. El cerebro no registra las cosas de forma pasiva
sino que las reconstruye, determina de manera única lo que percibe. El umwelt
del pensamiento es una fracción de lo posible. Del mismo modo que la evolución
modela los ojos, los órganos internos o el aparato sexual, lo mismo sucede con
el pensamiento y las creencias.
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