Rivera se
equivocó varias veces en la campaña electoral, especialmente erró en aquello
que Iglesias acertó. Se puede decir que ambas formas antagónicas de proceder
convergieron en el triunfo de Iglesias.
Rivera se
equivocó aceptando repetidamente el juego de la Sexta de presentarse junto a
Iglesias como los nuevos actores políticos que venían a renovar el viejo
sistema. Rivera dio la alternativa a Iglesias en el pseudodebate de Salvados
montado por el showman Jordi Évole y luego lo reforzó al aceptar comentar,
detrás de Iglesias, en el plató de Al rojo vivo, el debate a dos entre
Rajoy y Sánchez. Aunque Rivera argumentaba que el no venía a acabar con el
sistema, que pretendía reformarlo, que estaba del lado de los constitucionalistas,
contribuyó a que los espectadores viesen a Podemos como alternativa aceptable y
legítima.
Rivera se
equivocó por segunda vez, de un modo bastante pueril, en el debate a tres,
Rajoy ausente, cuando dio por supuesto que al otro lado de la pantalla tenía espectadores
alfabetizados políticamente que apreciaban su esfuerzo por presentar una
alternativa reformista argumentada. Iglesias, por el contrario, aceptaba, como
lo acepaban Sánchez y el ausente Rajoy, y casi todo los periodistas, y actuaba
en consecuencia, que a la masa televisiva no se le ganaba con argumentos sino
con una retórica que apelaba al afecto, la identificación y el sentimiento.
Rivera pecó
de ingenuo, a pesar de sus nueve años en el Parlamento catalán, haciendo de
introductor de Iglesias en la normalidad democrática, a pesar de que le estaba
fustigando sin piedad en las redes, y supuso que existía una cultura política
en el país que está muy lejos de existir. Iglesias ha sido consciente desde el
principio de que ganaría simplificando el mensaje. Rivera erró al actuar
pensando que al otro lado de la pantalla tenía interlocutores racionales.
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