Lo habitual
cuando un historiador se enfrenta a la biografía de un gran hombre de la
historia es verlo con ojos tan claros y admirados que termine construyendo una
hagiografía. No es el caso del Marco Aurelio de Augusto Fraschetti, que
no sólo intenta desmontar el mito construido en torno al benéfico
emperador sino que también hace lo posible por disminuir su figura como
filósofo. Tras leer este volumen póstumo del historiador italiano la impresión
que queda es que está elaborado bajo una fuerte inquina y que la causa de tal
animadversión es la posición del emperador ante el cristianismo. Como Marco
Aurelio, en general, ha tenido muy buena prensa, buena historia, cabría decir,
Fraschetti arremete contra todo aquel que le haya elogiado, tal el caso de
Ernest Renan, que hablaba de “La época más feliz del mundo antiguo”.
La visión
de Fraschetti sobre Marco Aurelio es negativa en todo. Lo tacha de miope con
respecto al cristianismo, de hipócrita en cuanto a los que predicaba y lo que
practicaba, de poco profesional porque no se interesaba por el mundo que le
rodeaba, de diletante por dedicarse a extenuantes disputas filosóficas con
amigos complacientes.
Así, sería inútil
buscar en el largo reinado del emperador-filósofo (161-180) cualquier empresa
notable o una victoria definitiva contra los bárbaros en los frentes del Rin y
del Danubio. No creo ninguna institución nueva capaz de contener la crisis que
ya afectaba al Imperio. Había una escisión profunda entre el Marco Aurelio
emperador y el Marco Aurelio filósofo. De sus Meditaciones emana un
profundísimo pesimismo lo que le invalidaba para solucionar los problemas de su
imperio. Exhibe una completa incomprensión respecto a la novedad más
significativa de su reino, la difusión del cristianismo que era lo más
profundamente revolucionario y no tuvo ni la más mínima piedad hacia
los cristianos. Da por válidas las opiniones de un usurpador, Avidio Cassio, quien
intentó un golpe de estado, para quien Marco Aurelio, pequeña vieja filósofa,
estaba desacreditado ante las legiones.
A todo ello
habría que añadir la amoralidad del emperador-filósofo, la hipocresía en su
vida privada que contradecía sus máximas filosóficas, su familismo amoral:
rompe con su primera esposa, Ceionia Fabia, para poderse desposar con Faustina,
hija del anterior emperador, Antonino Pío. Es insensible al escándalo en torno
a la disoluta vida de Faustina para no separarse de ella y de la dote imperial
que ella portaba porque de otro modo hubiese tenido que renunciar a su título
de Augusto. Entrega a su hija Lucila como dote primero a “su hermano” Elio Vero
y luego al anciano general Pompeiano, contre la voluntad de aquella.
Para
Augusto Fraschetti, nada salva la honorabilidad del emperador-filósofo. Da por
buenas suposiciones sin ningún tipo de pruebas, como que Marco Aurelio se
alegró de la muerte de “su hermano” el coemperador Lucio Vero y de la de su
esposa infiel, Faustina, hasta menciona que hubo quien mantuvo que los había
envenenado. Tacha de “puro y simple oportunismo” la clemencia de Marco Aurelio
con respecto a los hijos de Avidio Cassio, tras su rebelión. Frascheti no se
corta: “Avidio Cassio era un general valerosísimo que se enfrentaba a un simple
emperador-filósofo, a una pequeña vieja filósofa”. Si Marco Aurelio es
tolerante con las impudicias de su esposa es porque Faustina es la dote
del imperio que legitima su acceso al trono. Eligiendo a su hijo Cómodo como
sucesor rompe con la cadena de elección de “el mejor”, el sistema de imperio
adoptivo impuesto desde Nerva por los Antoninos frente al principio dinástico,
aunque el propio Fraschetti reconoce que aquel era un sistema que se debía al
azar de la coyuntura.
Cómo
explicar entonces que las crónicas de la época hablen tan bien del emperador,
que sus contemporáneos deploren su muerte, que los historiadores lo hayan
tenido en tan alta estima. Contra el testimonio de la mayoría de sus
contemporáneos o la opinión de los historiadores posteriores, Marco Aurelio no
le merece ningún respeto, al contrario que su hijo, Cómodo, con graves
problemas neuróticos, vilipendiado por la posteridad y con fama de depravado,
de quien hace una vindicación política por su pacto con los bárbaros y, sobre
todo, por poner fin a la persecución de los cristianos y ponerlos en la corte
imperial como administradores. Incluso un episodio como el de los mártires
sicilianos que tuvo lugar durante el imperio de Cómodo lo achaca a la política
de Marco Aurelio.
Es difícil
de aceptar la posición de Augusto Fraschetti. Marco Cornelio Frontón, tutor
asignado a Marco Aurelio por el emperador Adriano, en su correspondencia lo
califica de inteligente, centrado y trabajador. Fraschetti no menciona las
reformas legislativas a favor de los esclavos, las viudas y los menores de edad.
Las persecuciones de los cristianos no fueron diferentes de la época de
Trajano, salvo el episodio de Lyon, cuando como consecuencia de una revuelta
popular hubo una matanza de cristianos. Hasta los cristianos de la época lo
consideraron como el más filántropo de los emperadores. Las Meditaciones
está considerado como una meditación filosófica personal, escrita durante sus
campañas militares y sin ánimo de ser publicado. La mayoría de los
historiadores considera que la muerte de Marco Aurelio puso fin al largo periodo
de Pax Romana.
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