Usamos las
emociones como forma de generar sentimientos a nuestro favor. Cuando queremos
seducir a alguien, cuando queremos que nos quieran, cuando queremos que una
multitud se haga fans de nuestras ideas. En general sucede porque tenemos poca
fe en nuestra capacidad de convicción o por pereza. Dialogar con el otro
requiere mucho trabajo, hay que desarrollar una argumentación, hay que hacerlo
muy a menudo y la mayoría de las veces no se convence a nadie. En cambio la
emoción va directa al corazón, es rápida y eficaz. Tomemos el asunto sirio. La
marea de refugiados ocasionados por la guerra está en los periódicos y en la
tele desde hace mucho. Apenas ha conmovido a la gente, es más, muchos ven con
buenos ojos levantar alambradas y muros para detener la marea. Algunas voces en
Europa, entre ellas la de la canciller Merkel, han razonado y apelado a los
principios europeos para hacer un hueco a los refugiados en el continente y
darles una oportunidad, sin mucho éxito. Sin embargo, una sola imagen, la del
niño sirio ahogado en una playa turca en brazos de un policía conmovió los
corazones. La emoción siempre tiene las de ganar, pero una sociedad construida
sobre emociones es temible. Pero ¿siempre encontraremos interlocutor cuando queramos dialogar?
No se puede
despachar con un exabrupto a los, todavía pocos, manifestantes europeos a favor
de la paz, en el otro asunto derivado de Siria, el conflicto bélico contra el
Estado Islámico (EI). Pero es difícil saber qué quieren esos manifestantes,
cuál es su posición y si esta está más cerca de una emoción primaria o de un
razonamiento reposado e inteligible. Si uno lee un chiste de Forges o escucha a
Pablo Iglesias alegando que desde Siria nos devolverán a nuestros soldados en
cajas de madera, parece lo primero. No conozco sus propuestas para acabar con
el EI, fuera del diálogo, diálogo. ¿Con quién quieren dialogar? ¿Con la gente
que ha llenado de fosas comunes Iraq y lo sigue haciendo en Siria? ¿Con quienes
ejecutan a sangre fría a quienes señalan como sus enemigos? ¿Basta con proponer
como programa político que “el Gobierno español debe ofrecer su solidaridad sin límites y toda la ayuda que sea necesaria, lógica y racional” a Francia, pero
sin colaborar en operaciones no militares? ¿Cómo nos las arreglaremos si vuelve
a suceder un 11M en España y los países vecinos nos ofrecen el mismo tipo de
ayuda?
En fin, ¿quiénes
son esos verdugos con los queremos dialogar? ¿Bastaría con “la presentación de
medidas con un plan de inclusión social” que pueda combatir “las bolsas de
pobreza y de marginalidad de las que se nutre el Estado Islámico”, para acabar
con ellos? No parece pensar lo mismo el psiquiatra y antropólogo Richard Rechtman (The Empire of Trauma. An Inquiry into the Condition of Victimhood) al estudiar los procesos que convierten a jóvenes aparentemente
anodinos en verdugos. ¿Quiénes son los
que llevan a cabo el crimen, los que actúan en los procesos bélicos y en el
terrorismo, los verdugos?
“Hasta ahora los terroristas atacaban sobre todo objetivos
simbólicos, su idea era matar a seres humanos para atacar un símbolo. Pero me
parece que el ISIS es un caso diferente. En los atentados contra Charlie Hebdo
mataron a caricaturistas para atentar contra la libertad de expresión como
objetivo y mataron a judíos para atacar al sionismo. Pero los atentados del
13-N no tienen nada que ver, matan a gente por lo que son no por lo que
representan. Un policía es asesinado porque es policía, un judío porque es
judío, un dibujante porque es dibujante y eso es algo que también encontramos
en otros procesos genocidas, donde la gente es asesinada por lo que se supone
que deben ser. Pero en el caso del Jemer Rojo, en su búsqueda del pueblo nuevo,
no importaba lo que pensasen las víctimas, el solo hecho de ser es suficiente
para ser asesinado”.
“Es más cómodo identificar a los verdugos como gente malvada,
sádica, pero no es así. Los genocidas hacen lo que les piden sin hacerse
preguntas. Aquí además hay una dimensión de teatralidad, que los terroristas
manejan muy bien. Los miembros del ISIS son occidentales, conocen Europa y a la
vez Oriente Próximo, así que tienen un conocimiento excepcional de lo que nos
aterroriza y a la vez les glorifica. No existe una explicación psicológica. Hay
un momento en que toman una decisión: hacerlo. La cuestión que nos plantea el
ISIS es que, hasta ahora, para explicar a los verdugos se decía muchas veces
que esa gente no tenía elección. En Camboya se decía que, si no matabas,
morías. Con el ISIS es mucho más complicado porque se suicidan. Pero creo que
eso demuestra que no es el miedo a la muerte lo que les hace actuar, es un
discurso que se lanza posteriormente cuando se dan cuenta de lo que han hecho”.
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