Una de las
cosas más llamativas del viaje fue conocer las islas flotantes de los uros en
el lago Titicaca. La vida de este pueblo, una variante de los aymara,
transcurre en el lago, en la bahía de Puno. Construyen sus islas con juncos, la
totora, sobre las propias plantaciones, en el lecho del lago, acumulando la
paja de esta planta acuática. Del mismo material están hechas sus cabañas o sus
hermosas barcas. No acaba ahí el uso de la totora: la utilizan como combustible
para sus cocinas, como materia base de su artesanía y como alimento, la
sustancia blanca de la raíz de la planta, como emplasto e incluso como infusión.
Al descender a una de estas mullidas islas habitada por una decena de personas,
la presidenta de la comunidad nos reúne en círculo y nos explica su forma de
vida. Nos vigilan de cerca un par de pájaros bobos, una especie de pájaros
carpinteros, que no se mueven de su rincón.
La segunda
parada en el Titicaca es en la isla de Taquile, donde una familia quechua nos muestra
sus habilidades en el tejido a mano y en el baile. La UNESCO proclamó su
artesanía como patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad. Su forma de vida se
basa en el código moral Inca: "Ama sua, ama llulla, ama quella" (no
robarás, no mentirás, no serás perezoso). Después nos dan de comer una comida
bastante frugal, sopa y trucha. Lo hacemos con un grupo de argentinos. Tras
hablar del inevitable Messi, la conversación gira sobre dónde se habla mejor el
español. Tuercen algo el gesto cuando les digo que, según mi opinión, es en
Colombia y en el Caribe donde el español es más creativo y con una dicción más
clara. En la plaza elevada de Taquile charlo con Ángela, una italiana radicada
en Dublín, que está dando la vuelta al mundo. En enero cumplirá un año de su
periplo que concluirá en Buenos Aires, tras haber partido de Australia.
Dejamos a
unos valientes en la isla de Amantaní donde piensan pasar la noche con los
nativos en unas condiciones bastante duras. La isla está a 4.150 metros. Les
espera una noche fría y de difícil adaptación a la altura, pues tendrán que
superar un desnivel de 320 metros sobre el lago. Ya es tarde cuando regresamos
a Puno. María ve frustrado se deseo de visitar el complejo arqueológico de
Sillustani. A cambio visitamos la enorme catedral neoclásica de Puno y el museo
Carlos Dreyer, pequeño pero con interesantes muestras arqueológicas de
distintas culturas preincaicas como Moche, Nazca, Chimu, Chancay, Tiahuanaco o Pukará
y de otros pueblos de la región, asentados cerca al lago Titicaca. Una sala nos
llama especialmente la atención, la dedicada al "Tesoro de
Sillustani".
Al
amanecer, el desayuno en la terraza del hotel nos depara una gran sorpresa, la
magnífica vista sobre la ciudad y el lago. El hostal Helena Inn es uno de los
más cómodos y a buen precio que encontraremos a lo largo del viaje. El desayuno
magnífico. Para volver.
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