Salí
temprano de Castefa, poco antes de las cinco de la mañana. Como era domingo
apenas había tráfico. Hacía tiempo que no conducía a esas horas, así que no
recordaba la somnolencia del alba. Durante muchos kilómetros creí que podría
vencerla. Me puse a cantar a voz en cuello, me golpeaba, me pellizcaba, sacaba
el brazo izquierdo por la ventana para conducir el aire fresco hacia mi rostro,
aunque los párpados se me cerraban me creí con fuerza suficiente para
levantarlos. Así forcejeé durante kilómetros, esperando parar donde siempre
paro, en el Hostal Pepa, cerca de Zaragoza. Cuando ya estaba cerca, muy
cerquita de ese lugar, desperté sobresaltado conduciendo por el carril
contrario, en contra dirección. No sé cuántos segundos estuve dormido. Menos mal
que no venía nadie por ese carril. Sólo me pasó otra vez yendo de Castelldefels
al Prat, justo después de comer, con el sol en el cénit, yendo a trabajar.
Recuerdo otros momentos de imprudencia y otros en que no dependió de mí, una
resaca en el mar que me llevó hacia dentro y me dejó sin fuerzas; un Peugeot
305, azul eléctrico, en las cuestas del Garraf, adelantando a un camión,
cruzada la línea continua, en curva y con cambio de rasante, me tope con él
cuando salía de la curva, de frente a un par de metros, con tiempo justo para
lanzar la bici con violencia contra la pared de roca de mi izquierda. Con la
bici he tenido muchos huy y nunca fueron mi culpa. Ayer sí. La muerte está ahí
esperando, a la salida de una curva, en el cruce de una línea discontinua, en
unos análisis rutinarios, pero no en forma de figura negra y cadavérica sino
como brusco o lento enfriamiento y extinción.
Iba a
Burgos al sepelio de mi prima Micaela, aunque ella siempre fue Mica, una mujer
que ha pasado por el mundo de puntillas, como pidiendo perdón por las
molestias. Era la mujer más sonriente que he conocido, ella y su hermano
Joselito, los dos con hermosos ojos azules, abiertos de par en par. A Mica no
le ha llegado la muerte de golpe, sino mediante una mala suerte prolongada en
el tiempo, a unos les toca la lotería y a otros les tocan los números malos, a
ella varias veces pero nunca dejó de sonreír. Era tan discreta que una vez
encontré a su madre en Madrid, a la salida de un museo. Yo iba con N, urgidos
por una prisa que no tenía urgencia alguna. Estuvimos hablando un rato. Mi tía
iba acompañada por una amiga o eso supuse. Hasta ayer, que hablando con mi tía
Felipa me sacó de la confusión para gran vergüenza mía, no era una amiga, era
Mica quien le acompañaba. Simplemente no la vi, no la reconocí. No es excusa
decir que hacía años que no la veía. Mica ha vivido tres años muy malos, tantos
como los que ha vivido su madre junto a ella. Pero el dolor de mí tía venía de
antes, de cuando perdió a su marido bruscamente, de cuando en medio de esos
tres años de dolor perdió a su hijo, Joselito, también de forma inesperada y
atroz. Las dolencias físicas, las operaciones, los by passes de Felipa eran
dolor accesible, con el que ya contamos por los desajustes mecánicos del paso
del tiempo, pero lo de Mica y Joselito han sido dolor inesperado, ese que te
proporciona la lotería inversa.
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