No siempre
todo está perdido, puede que tras un gran y alargado bostezo salte el chispazo,
el pálpito donde espera el corazón humano. En esta película, por ejemplo. Una
película de familia con niños que pasa unas vacaciones en un lugar de Escocia
donde el abuelo moribundo quiere despedirse de familia y amigos el día de su
octogésimo aniversario. Paisajes puros, sin sombras amenazadoras, una pareja en
trámites de separación aunque viajen juntos, mentiras benignas, niños más
sabios que sus mayores. Una comedia amable con moralina. Y sin embargo entre
tanta convención mentirosa, hay un par de escenas que se acercan a la verdad.
En una, uno de los niños abre una puerta oscura y topa con el llanto
incontenible de la abuela. En la segunda, en una grabación registrada en blanco
y negro, que se ve en la pantalla de la casa en un momento inoportuno, esa
misma abuela, en un ataque de pánico, la emprende contra todo lo que pilla
entre las estanterías de un supermercado. La película interesante estaba ahí,
pero no ha sido desarrollada. El personaje interpretado por Celia Imrie es un
personaje muy secundario pero, entre tantas sonrisas bobaliconas, es el que más
se acerca a las profundidades del alma. Los guionistas, el director y los
productores han preferido otra cosa, hacer caja.
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