La paradoja
de la libertad: nunca antes hemos sido más libres, más autónomos, más soberanos
que ahora que somos más esclavos. O al revés. Es lo que sostiene Byung-Chul
Han. Libramos una guerra dentro de nosotros mismos entre el deber autoimpuesto
de rendir al máximo, de maximizar el rendimiento, y el poder de conseguir
cuanto nos propongamos (Yes we can). Eso nos lleva a la autoexploración,
tanto más eficaz cuanto mayor es el sentimiento de libertad. “El sujeto del
rendimiento, que se cree en libertad, se halla tan encadenado como Prometeo”. La
consecuencia es el “infarto psíquico”, las enfermedades mentales: depresión,
trastorno límite de la personalidad (TLP), trastorno por déficit de atención
con hiperactividad (IDAH), síndrome de desgaste ocupacional (SDO), el síndrome
del alma agotada. La sociedad del cansancio (Müdigkeitsgesellschaft, 2010)
es el título escogido por Buyng-Chul Han para reflejar esta época iniciada tras
el final de la guerra fría. Una época definida por un nuevo paradigma, el
neuronal, después de que los antibióticos acabaran con el bacterial y las
técnicas inmunológicas con el viral. Hemos acabado con los enemigos que venían
de fuera, las bacterias, los virus, pero ahora el enemigo lo tenemos dentro, es
sistémico. A la sociedad disciplinaria que encerraba a los locos y asociales
(los otros) en psiquiátricos y cárceles, y a los trabajadores en cuarteles y
fábricas, tal como lo analizaron Foucault y los posmodernos, le sucede la
sociedad del rendimiento (hacer) de los gimnasios, los laboratorios y los
centros comerciales donde el deber y la obligación son sustituidos o se
superponen a la conciencia del poder sin límites de quien sólo depende de sí
mismo, el homo laborans que se explota a sí mismo, sin coacciones externas.
Las
patologías del siglo XXI no serían pues infecciosas, bacterianas o virales,
sino neuronales, enfermedades del alma debidas a la hiperactividad, al exceso
de positividad, a la sobreabundancia de lo idéntico. La pura agitación no
produce nada nuevo, es una forma pasiva de actividad que no permite ninguna
acción libre. La reacción ante esta nueva patología ya no es inmunológica, el
exceso de actividad produce cansancio y agotamiento, fatiga y asfixia. Pero,
paradójicamente, siempre según Buyng-Chul Han, el cansancio, el cansancio
profundo, aquel que se apoya en la negatividad (el que opta por el no, no
hacer), podría devolvernos al mundo, al asombro del mundo que nos rejuvenece,
que afloja la atadura de la identidad y de la pertenencia, un cansancio que
desarma, que prefiere no hacerlo como Bartleby (aunque Bartleby no se ve
confrontado todavía con el imperativo de ser él mismo, pues pertenece a la
época de la sociedad disciplinaria), que opta por el juego. Así, el sueño,
donde se alcanza la relajación corporal (“El pájaro del sueño que incuba el
huevo de la experiencia”, de Benjamin), el aburrimiento o punto álgido de la
relajación espiritual y el cansancio derivado de la hiperactividad mortal (“La
vida humana termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se elimina
todo elemento contemplativo”) son las vías para devolver al hombre hiperactivo
e hiperneurótico a la experiencia de la negatividad (“La negatividad mantiene
la existencia llena de vida”. Hegel). Decir no para reaprender a mirar, girar
hacia la profunda y contemplativa atención, para aflojar la atadura de la
identidad y mutar el sentido de pertenencia a una comunidad, con su implícita
violencia, “la mirada que deforma al otro”, en cordialidad.
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