Aunque es
una peli con adolescentes y para adolescentes no se sigue mal, al contrario, es
una película bastante instructiva. Revestida con los ropajes de género, un
terror psicológico bastante llevadero aunque con algún sobresalto, nos muestra
los temores en forma de fantasmas dañinos más o menos visibles que padecen esos
adolescentes para quienes el mundo adulto es todavía un misterio. El sexo, la
amistad, el amor, el grupo, los extraños, la soledad. La primera secuencia nos
muestra a una chica que huye de su casa como si saliese del cuadro de Edward
Munch con el grito apagado en la boca, recorre barrios en ruina devastados por
la decadencia industrial –podría ser Detroit- perseguida por no se sabe que
fuerza pavorosa y termina en una playa con los miembros rotos de la forma más
extraña. Después vemos a otros dos adolescentes haciendo el amor en la trasera
de un coche, en el decorado ruinoso de una fábrica. El chico está asustado,
aunque mediante el encuentro sexual, sabemos, ha trasmitido la extrañeza y el
miedo a la chica. A partir de entonces ella lo verá, y solo ella, en forma de personas
zombi que la persiguen, lenta pero inexorablemente, con el propósito de acabar
con su vida. La adolescente podrá alejar de sí el peligro si lo trasmite a otro
mediante una entrega sexual. En la peli no hay adultos, extrañamente ausentes
de toda la peripecia, o, en todo caso, muy alejados del primer plano, solo
jóvenes turbados, acometidos por igual por el deseo y el miedo.
Sin duda,
el planteamiento es original, muy alejada del efectismo propio de estas
películas de género, está muy bien hecha y bien interpretada y es un buen
ejemplo para mostrar ese mundo desconocido que para nosotros los adultos sigue
siendo la adolescencia, por la que todos hemos pasado, tan pocos recuerdan o
manifiestan querer volver a ella.
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