“¡Abueloooo!”,
“¡Hey tío!”, “¿Qué pasa jefe?”. El imperio de lo llano. Hemos eliminado la
distancia entre las personas, en una carrera por la simetría, por la igualación. Borramos las diferencias, aquello que nos distingue del otro, lo que nos hace
diferentes y por tanto interesantes porque cada uno tiene algo que decir, un
modo idiosincrático de enfrentarse a las cosas del mundo. De paso perdemos el
nombre detrás de apelaciones genéricas o lo ocultamos en el anonimato cuando
nos expresamos en Internet, para lanzar exabruptos o insultar o lanzar opiniones
exageradas que en una conversación de tú a tú no emitiríamos. “El respeto va
unido al nombre. Anonimato y respeto se excluyen entre sí”. (Im Schwarm. Ansichten des Digitalen. 2013). La sociedad de
masas del pasado congregada en sindicatos, partidos, manifestaciones o
procesiones que afirmaba con fuerza y convicción “nosotros” cede el paso al
individuo aislado y anónimo, gritón pero inseguro, indignado pero pasivo. Exigimos
transparencia pero nos ocultamos en un nick, desdeñamos a los mediadores de la
información, a los periodistas, a quienes ya no reconocemos como sacerdotes de
la opinión, pero pontificamos en nuestros blogs, tuiteamos o fraseamos entre
interjecciones en Factbook.
El hombre
asilado que clica sin cesar ya no forma parte de la masa sino del enjambre
digital, “no es un nadie disuelto en la masa sino un alguien anónimo que
solicita atención”. Pero sus gestos ante la pantalla no congregan, es uno más
dentro de la suma total del enjambre, no un “nosotros” que se constituya como
sujeto de acción. “Lo que caracteriza a la sociedad es la multitud”, dice Antonio
Negri; no, es la soledad, le replica Han.
El síndrome
de París es el sufren los turistas japoneses cuando visitan esta ciudad. Ante
la distancia entre el París ideal y la sucia ciudad de la realidad utilizan dos
estrategias, una instintiva, su cuerpo se rebela, alucina, padece mareos,
arritmias, náuseas; otra más mecanizada, se protegen fotografiando, digitalizan
la ciudad, buscan en la fotografía la belleza y la propia vida. Esta metáfora
es la que Byung-Chul Han usa para reflejar la actual sociedad digital. En el
mundo analógico en el que hasta ayer vivíamos los mecanismos de mediación con
la realidad eran perecederos como la fotografía por ejemplo, surgía,
resplandecía, se deterioraba. Las imágenes digitales por contra son imperecederas,
escapan al tiempo y al espacio, eluden la realidad corporal y mortal. Por el
camino hemos perdido la mirada que se refleja en otra mirada, el otro que se
nos contrapone para tratar las cosas del mundo, a los demás, comos cosas que se
almacenan. Con el smartphone evitamos el contacto directo con el otro, la
dimensión táctil y corporal, nos perdemos el tono, los gestos, el movimiento en
favor de una comunicación deshumanizada. La comunicación digital carece de
rostro y cuerpo: no tenemos a nadie delante que nos mire. “El creciente
narcisismo de la percepción hace desaparecer la mirada, hace desaparecer al
otro”.
Tampoco la
movilidad es un indicio de libertad, cada uno lleva su puesto de trabajo allí
donde va. El imperativo neoliberal del rendimiento transforma todo tiempo en
tiempo de trabajo, incluido el del sueño (que repara y regenera para volver a
producir). Lo digital cuenta los tuits, los amigos, los seguidores, los “me
gusta”, es aditivo, numerable, busca el rendimiento. Estamos en un tiempo
poshistórico, donde el contar sucede al narrar, donde el narciso prescinde del
otro. La digitalización nos aleja del pensamiento, de la mano instrumental que
piensa. El sujeto digital se libera de la sujeción a la tierra, de la ley de la
tierra (Heidegger) convirtiéndose en esclavo del rendimiento. Cazador de
noticias y de información, quiere un mundo transparente sin barreras, con
atajos, muy diferente del mundo del labrador pegado a la tierra, de la que
extraía la verdad semioculta. La información es acumulativa, la verdad
exclusiva. “La dicha profunda de la percepción consiste en la carencia de
eficiencia, brota de la mirada larga, que se demora en las cosas, sin
explotarlas”. Las categorías del orden terreno son sustituidas por otras que
corresponden al orden digital: la acción por operación, el pensamiento por
cálculo, la verdad por transparencia, el espíritu por el narcisismo digital.
“Se toma nota de todas las cosas, sin conseguir conocimiento”.
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