Nadie puede
manifestarse eufórico. Así lo vimos anoche, salvo casos de alegría
teatralizada. Y eso es bueno, porque la democracia llama a convivir, a
entendernos con quienes no piensan como nosotros. Nadie ha conseguido una
mayoría apropiada para remodelar el país, o su paisito, a su gusto, y eso es
muy bueno, porque los países no pertenecen a nadie. Los países estaban ahí y
seguirán estando después de nosotros, que vamos y venimos. Por tanto es un gran
qué que nadie pueda apropiárselos. Lo que falta, lo que eché de menos, es la
voluntad de cambiar las cosas que no funcionan, una ilusión colectiva por echar
lo caduco, la energía para recomponer lo roto y reemprender la marcha en
mejores condiciones. Como si con ganar bastase.
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