Es difícil
saber qué es esta película. ¿Un biopic, un documental, un canto a la amistad,
un recuerdo melancólico de los buenos tiempos, el destilado de una forma de
hacer películas, el estilo Fellini? Es todo eso y no lo es, mucho más y mucho
menos. Si hemos de creer lo que se nos cuenta, Federico Fellini y Ettore Scola,
que es quien dirige la película, fueron grandes amigos, desde muy pronto, desde
que empezaron a colaborar en la revista satírica Marc’Aurelio en los
años del fascismo, amigos también de Marcello Mastroianni, guionistas de otros
directores antes de ponerse ellos mismos a hacer películas en los estudios de Cinecittà.
A veces resulta algo empalagosa por el incienso en dirección a Fellini pero
también al propio Scola. También hay algo de pastiche cuando se reproducen
algunas de las escenas que rodó Fellini, pero el conjunto es agradable, la
música, el movimiento, la ligereza propios del gran director italiano, los
retazos de sus grandes películas, el ambiente de los estudios, el aroma de una
época que ha quedado gracias al ingenio del gran Federico.
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