¿Qué queda
cuando uno cree que todas las vías están cerradas, que no es posible el diálogo
y la convivencia con los semejantes? La violencia. Violencia interior,
psicológica, que muy a menudo lleva a la autodestrucción o violencia exterior,
física, que lleva a la destrucción de los demás. Las películas del género
carcelario han trabajado este asunto. La última que yo conozca esta escocesa, Starred
up, centrada más en la violencia física que en la interior. Cerrados los
demás caminos, la violencia se convierte en un lenguaje: expresión del
malestar, llamada de atención, reivindicación del yo, venganza. Pero ¿quién
está dispuesto a dialogar de esa forma o a interpretar la violencia como
lenguaje? Hay en la peli un policía psicólogo que crea un grupo de diálogo con
reclusos a los que les da la oportunidad de volver a hablar, pero en el mundo
cerrado de la cárcel, donde la institución también habla a través de la
violencia, ha de reconocer su fracaso y renunciar a su empeño. Y están los
reclusos, divididos entre quienes utilizan la violencia como fin en sí mismo,
como medio de medir fuerzas, y los que la utilizan de forma positiva para
representar abstracciones: amistad, compañerismo, redención. El guión se centra
en la llegada a la cárcel de un joven adolescente, abandonado pronto por sus
padres, un lobo solitario. Si el mundo le ha cerrado las puertas, no ve cómo la
cárcel se las podría volver a abrir. En su caso, ejerce una violencia ciega,
circular, sin otro significado que su malestar. El guión poco a poco va
derivando hacia la relación del chico con su padre, que también está encerrado
en la misma cárcel. El padre sabe poco, pero una de las cosas que sabe es que
la violencia es un lenguaje y que hay dosificarla para que los otros la
entiendan. Para él no hay mundo más allá del carcelario, donde ha construido su
propia vía de supervivencia. El diálogo entre padre e hijo parece imposible,
tan sólo gritos, golpes e imprecaciones les unen de modo incierto, ruido tosco
y brutal tras el que se atisban sentimientos. Cuando puertas y ventanas están
rotas y nada parece tener remedio, el padre encuentra el modo de convertir la
violencia en redención, no la suya, pues está condenado para siempre, sino la
de su hijo, aunque quizá a través de la liberación de su hijo, pueda él
alcanzar una especie de redención moral.
Una
película de género pues, pero de las buenas. Gracias a un excelente guión, mete
dentro de las convenciones genéricas la tensión del drama clásico, en este caso
la relación paterno filial, con esa perspectiva novedosa que da mostrar a padre
e hijo encerrados en una cárcel. Excelentes igualmente los actores y la
dirección de David Mackenzie que mantiene la tensión de principio a fin.
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