Ante la
incredulidad de los paleontólogos de la época, educados en el uniformismo de
Lyell y Darwin para quienes las especies desaparecen, sí, pero de forma gradual,
incapaces de comprender que un acontecimiento externo precipitase de golpe la
extinción, los Álvarez, Walter y Luis, padre e hijo, descubrieron en 1980 que
hace 66 millones de años se había producido una catástrofe en la Tierra al
impactar un bólido extraterrestre, un asteroide, sobre la península del
Yucatán. Incrédulos, los científicos tardaron en aceptar que un acontecimiento
como ese casi extinguiese la vida sobre el planeta, pero así fue, no sólo los
dinosaurios desaparecieron al cien por cien, muchas otras especies, géneros y
familias enteras desaparecieron. Desaparecieron los amonites pero no los
nautilos, los belemnites pero no las jibias, los plesiosauros pero no las
tortugas, los dinosaurios pero no los mamíferos, por ello animales peludos
dominan la Tierra en vez de animales con escamas. Pero la iniciada en Yucatán
sólo es una de las cinco grandes extinciones, cada una por una causa diferente.
Ahora nos enfrentamos a un nuevo agente de extinción.
De la gran
fauna que habitaba la Tierra cuando el homo sapiens empezó a expandirse por el
planeta sólo nos quedan algunos huesos de por ejemplo el mastodonte americano,
las moas neozelandeses o el alca gigante. Es posible que veamos los últimos
ejemplares de la rana dorada de Centroamérica que ha sido llevada al borde de
la extinción por un hongo, el quitridio, procedente de Europa, o del murciélago
del Este de EE UU, atacado por el hongo de la nariz blanca o del rinoceronte de
Sumatra. Lo mismo podríamos decir de muchas aves del Amazonas peruano o de
especies arbóreas del Amazonas brasileño, unas atacadas por el cambio del clima
otras por la fragmentación de la selva. Una Sexta Extinción estaría teniendo
lugar en la actualidad ante nuestros propios ojos.
¿Por qué
está sucediendo? Si tenemos una idea de cómo se produjeron las grandes
extinciones del pasado, en los finales del Ordovícico, Pérmico, Devonico,
Triásico y Cretácico, asociadas a grandes catástrofes, ya fuesen por el impacto
de un meteorito, por un geológicamente brusco cambio climático o por la
acidificación del océano, todas ellas quizá regidas por cambios astronómicos
que no podemos soñar en controlar, ¿hay algo que explique las extinciones a un
ritmo inusitado que están teniendo lugar ante nuestros ojos? Hay dos
respuestas, el cambio climático o la acción humana. En el caso de la gran fauna
pudo ser la caza en exceso para un tipo de animales que habían encontrado en el
tamaño una estrategia de supervivencia, no tenían depredadores, a cambio de un
lento proceso de reproducción. La llegada de los humanos trastocó su
estrategia. “Antes de que los humanos aparecieran en escena, ser grande y
reproducirse lentamente era una estrategia de gran éxito, y los animales de
enorme tamaño dominaban el planeta. Pero entonces, en lo que no pasa de ser un
instante geológico, esta estrategia se convirtió en perdedora”.
La tesis
que mantiene Elizabeth Kolbert en La sexta extinción es que con la
llegada del homo sapiens la Tierra entró en un nuevo periodo geológico, el
Antropoceno, cuya característica primordial es la acción humana sobre el medio.
“Aunque sea bonito imaginar que hubo un tiempo en que el hombre vivía en
armonía con la naturaleza, no está claro que eso haya pasado nunca”.
Los
Neandertales vivieron durante 100.000 años en la Tierra, copularon con nuestra
especie, fruto de lo cual es que en nuestro ADN queda su huella, entre un 1 y
un 4 % de la herencia genética, también los denisovanos y el hombre de Flores
convivieron un tiempo con el homo sapiens, sin embargo, éste los fue
arrinconando hasta hacerlos desaparecer. Ahora le toca el turno a nuestros
primos los simios, como el orangután, el chimpancé, los bonobos o el gorila,
muchos de los cuales están en peligro de extinción.
La
diversidad local ha ido aumentando. En Hawái, por ejemplo, llega una especie
invasora cada mes, cuando antes de la aparición del homo sapiens sólo llegaba
una cada 10.000 años, la diversidad global, el número total de especies, por el
contrario, está disminuyendo. Según Elizabeth Kolbert la globalización estaría
produciendo una nueva Pangea, la agrupación de todas las tierras emergidas, lo
que hace que el hongo quitridio esté acabando con las ranas y el hongo de la
nariz blanca con los murciélagos, ambos procedentes de Europa o que la
acidificación esté acabando con los corales y los furtivos con los paquidermos.
El homo sapiens ha resultado ser la especie invasora de más éxito. Pero todas
las especies se extinguen, el Homo sapiens no será una excepción. No sabemos
cómo sucederá: un virus, una invasión extraterrestre, una guerra nuclear, un
supervolcán, un gran meteorito, una gigante roja.
Algunos
científicos dan por imaginar cómo será el mundo tras la Sexta Extinción, así
Jan Zalasiewicz imagina una Tierra dentro de un millón de años, cuando “las
grandes obras de la humanidad, como escuelas y bibliotecas, monumentos y
museos, ciudades y fábricas, estarán comprimidas en una capa de sedimento no
más gruesa que el papel de fumar” dominada por las ratas, especie que sería la
que mejor podría adaptarse a las nuevas condiciones, “entre ellas una especie o
dos de roedores grandes y desnudos que vivan en cavernas, hagan herramientas
primitivas con piedras y se vistan con las pieles de otros animales que hayan
matado y comido”.
Más
interesante que cualquier novela, Elizabeth Kolbert practica una especie de
turismo científico y ecológico a los lugares críticos de la extinción, de modo
que lo que leemos se parece mucho a un libro de viajes. En él muestra el
apasionante descubrimiento de que las especies han desaparecido de forma masiva
hasta en cinco ocasiones, según el registro conocido, El libro está escrito con
agilidad, lleno de ejemplos de especies en peligro de extinción o que simplemente
están desapareciendo ante nuestros ojos.
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