Durante la
mitad de los años que lleva sobre la Tierra este simio al que llamamos Homo
Sapiens (HS) permaneció en un reducto de África sin especiales habilidades para
la supervivencia. Sin embargo, hace 70.000 años todo cambió. Desde Oriente
Próximo fue extendiendo su hábitat hacia Europa y hacia Oriente. Qué sucedió.
El HS ha vivido hasta ahora tres grandes revoluciones que han transformado el
ecosistema donde se ha asentado: la cognitiva, la agrícola y la científica. Por
la primera proyectó sus carencias biológicas en una extensión imaginativa que
le permitió quedarse sobre la Tierra como único humano. Por la segunda
domesticó plantas y animales para hacer más fácil su vida, eliminando los riesgos
de padecer hambre. Por la tercera, el HS se está transformando a sí mismo, en
un proceso inacabado, que puede trascenderle hasta acabar en un nuevo ser que
se parezca muy poco al propio HS. Es lo que explica Yuval Noah Harari en este
libro a lo largo de casi 600 páginas, en las que en cada párrafo hay una idea
estimulante. La ascensión del HS, una criatura tan imperfecta, hacia la
divinidad, si por fin consigue la liberación de las cadenas de la determinación
biológica, no está exenta de sufrimiento y de riesgos. Al mismo tiempo que se
adueñaba de su destino, cuando hizo suya la Tierra, expulsó de la vida a los
demás humanos, como el Neandertal o el Denisovano, esclavizó a los animales,
confinándolos en granjas y sacrificándolos sin preguntarse sobre su
sensibilidad o pone en riesgo su propia existencia al destrozar el ecosistema
Tierra. Harari no hace una historia de héroes, batallas y acontecimientos sino
que enfocando desde la distancia muestra nuestra evolución como especie.
Qué hizo
florecer al Homo Sapiens, de dónde obtuvo la ventaja fundamental para dejar
atrás a otras especies de humanos, para someter al resto de los animales y
dominar la Tierra. El HS apareció en África hace 150.000 años pero sólo fue
hace 70.000, seguramente como consecuencia de mutaciones genéticas
accidentales, cuando se produjo el cambio decisivo, la revolución cognitiva. El
HS adquirió un lenguaje más flexible capaz de representar el mundo con
abstracciones, un lenguaje capaz mediante símbolos de crear entidades que no
están en la realidad, es decir, ficciones, cuentos capaces de encandilar al
auditorio. Las ficciones prendieron en la mente de los humanos, lo que permitió
moverlos colectivamente. El espíritu de colaboración, la capacidad de trabajar
en común es lo que nos distingue, lo que nos ha hecho avanzar, una inteligencia
colectiva que nos ha traído hasta aquí. Según Harari, fue el momento en que la
historia se independizó de la biología. La segunda revolución se produjo hace 12.000
años, cuando el hombre se afincó en algunos lugares para cultivar algunas
plantas que le aseguraban tener alimento más allá de las estaciones propicias a
la recolección. Al mismo tiempo domesticó a algunos animales. Una revolución
con un alto coste: la dieta fue menos variada, las horas de trabajo dedicadas a
la supervivencia, mayores, aumentó la violencia por la defensa de la propiedad,
las dolencias como consecuencia del trabajo, pero se aseguraba el alimento. El
hombre quedó ligado a un lugar, una casa, un granero, unos objetos. También
dispuso de cosas que eran expropiables: grano, aceite, queso. Los excedentes
agrícolas y la fabulación crearon ciudades e imperios. Hacia el 10.000 había
entre 5 y 8 millones de cazadores recolectores, en el siglo I dc sólo quedaban
en torno a medio millón frente a 250 millones de agricultores. El cambio era
irreversible. Así surgieron las ciudades y los imperios, con la esperanza de
una sociedad más segura y mejor se crearon órdenes imaginarios -culturas- que
impulsaron, mediante la coerción y la fe, a los hombres a cooperar. Las
culturas no son homogéneas pero tienden hacia la unificación de la humanidad.
Tres órdenes imaginarios han tendido hacia la universalidad: el dinero, los
imperios y las religiones. La tercera revolución comenzó a finales del siglo XV
con la llegada de los europeos a América. A partir de ese momento se produjo
una alianza entre la ciencia y el imperio. El conocimiento da poder y el poder
impulsa a la ciencia. Con la revolución industrial la oferta por primera vez
superó a la demanda. De golpe todos nos convertimos en consumistas, frente a la
frugalidad de las sociedades premodernas. El nuevo mandato es consume. Como en
las anteriores revoluciones también esta ha tenido su coste, el desplome de la
familia y la comunidad local, sustituidos por el mercado y el Estado y el auge
de las comunidades imaginadas. Los órdenes imaginarios siguen estructurando
nuestra mente y nuestro comportamiento: consumidores compulsivos, fanáticos
religiosos, hinchas de fútbol, creyentes de la identidad nacional. Un ejemplo
del propio Harari, si la Declaración de Independencia de EE UU (4 de julio de
1776) dice :
“Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Deberíamos traducirla en términos biológicos de este modo:
“Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres han evolucionado de manera diferente; que han nacido con ciertas características mutables; que entre estas están la vida y la búsqueda del placer”.
El Homo
Sapiens se ha extendido y dominado la Tierra de forma arroladora, pero ¿somos
felices? Por la historia hemos conocido la sabiduría de los grandes hombres,
las grandes construcciones faraónicas, las batallas decisivas, las obras
maestras del arte, la caridad de los santos, pero qué nos ha enseñado sobre la
felicidad de las personas. Los sociólogos y los bioquímicos no se ponen de
acuerdo. ¿Es la riqueza, la libertad política, la igualdad lo que nos hace
felices o acaso sea la adecuada producción en nuestro cerebro de serotonina,
dopamina y oxitocina? ¿Son los placeres del sexo, la comida, del bienestar
material lo que hace que estemos a gusto o necesitamos ilusiones que den
sentido a nuestra vida? ¿Ilusiones que en el futuro den satisfacción a nuestros
deseos o empresas colectivas a las que nos enganchamos para dar sentido a
nuestra vida? ¿O acaso estamos equivocados y los deseos, individuales o
colectivos, que, en general no se cumplen, son los que nos producen
insatisfacción y sufrimiento? ¿Es la felicidad la supresión del deseo, la
serenidad que se alcanza dominando y reduciendo nuestras pasiones?
“La evolución proporcionó sensaciones placenteras como recompensa a los machos que diseminan sus genes al tener sexo con hembras fértiles. Si el sexo no estuviera acompañado de este placer, a pocos machos les preocuparía. Al mismo tiempo, la evolución se aseguró de que estas sensaciones placenteras se desvanecieran rápidamente. Si los orgasmos duraran siempre, los belicistas machos morirían de hambre por falta de interés en la comida, y no se tomarían la molestia de buscar hembras fértiles”.
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