Creo que
nunca he odiado a ninguna persona, no me lo he permitido, pero si que he odiado
cosas, situaciones, estados de injusticia. Es el caso del fútbol. Me gusta ver
de vez en cuando un partido del Barça o del Madrid, partidos de la copa de
Europa o del mundial, pero no soporto que acaparen mi tiempo, el tiempo de todo
el país, que lo colonicen días enteros sin que nadie proteste o haga algo para
revertir la situación.
Odio el
tiempo que los telediarios dedican al fútbol, los programas dedicados al
deporte, las tertulias futbolísticas de la tele.
Odio
encender la radio, pasar de presintonía en presintonía y que todas las emisoras
estén hablando de fútbol, que sea imposible encontrar una que hable de otra
cosa. Odio especialmente los gritos tipo tarzán de la selva cuando un equipo
marca un gol.
Odio abrir
un digital y que media página vertical, de arriba abajo esté saturada de
deportes.
Odio que
algunos fines de semana, y los lunes, las portadas muestren como noticia
principal el resultado de un partido o la consecución de un trofeo.
Odio la
búsqueda incansable por parte de los periodistas de noticias relacionadas con
jugadores de fútbol (incluso con directivos): con quién salen, con quién se
casan, cuál es su estado de ánimo, dónde pasan las vacaciones.
Odio la
literatura del fútbol, las crónicas deportivas con esa retórica vieja que se
gastan, especialmente las que se bañan en un metaforeo brillante y
supuestamente original. Odio los cuentos de fútbol perpetrados por escritores,
las biografías o novelas de futbolistas. Odio especialmente las películas
dedicadas a futbolistas famosos o a equipos con muchos fans.
Odio la
retórica del poder asociada al fútbol, y al deporte, reyes y presidentes y
ministros en los palcos, en las inauguraciones de competiciones o en las finales
de los campeonatos, recibiendo a los equipos que han ganado un trofeo,
haciéndose la foto.
Odio las
asociaciones deportivas, las poses de sus directivos, sus discursos banales,
sus chistes sin gracia.
Odio más
que nada las celebraciones: los claxones de los coches participando a todo el
mundo que su equipo ha ganado, las manifestaciones de fervor en torno a los
autocares con los jugadores portando el trofeo y la multitud aclamando.
Odio la
retórica religiosa de jugadores y equipos llevando los trofeos a la virgen de
no sé donde o a la ermita de no sé qué.
Odio que no
se denuncie el exceso, que el país lo consienta, que se bañe en esa charca
putrefacta y maloliente, que no se ridiculice a los periodistas y escritores
que lo fomentan, a los intelectuales que convierten el fútbol en metáfora de no
se qué. Odio la miseria moral del país.
España
quiere la gloria de sus futbolistas por encima de la posibilidad de tener
premios Nobel. Yo no quiero un país así.
2 comentarios:
Yo lo odio más todavía.
Odio el aspecto patibulario de los futbolistas.
Odio que sea obligatorio que los futbolistas se casen con modelos.
Odio que no se callen, cuando ni saben hablar ni tienen qué decir.
Odiaba, hace años, los domingos de fútbol, después, los lunes de comentarios de fútbol. Ya estoy obligado a odiar toda la semana de fútbol.
Odio que todo el mundo lleve camisetas de futbolistas.
Odio que si me voy a las chimbambas, todo el mundo, para parecer simpático, me hable del Real Madrid o del Barcelona.
Odio que sea un espectáculo aburrido, insípido, mediocre, tumefactado por los gritos inarticulados de sus locutores de radio y televisión y una grotesca pretensión de profundidad. No me gusta mucho el deporte, pero algunos son divertidos. El fútbol, no.
Odio lo que ha hecho con todos los niños del mundo. Les ha lavado el cerebro, desde Corea a Guatemala, desde Uganda a Laponia. Todo el mundo es fútbol.
Odio el fútbol porque me ha hecho odiar el mundo, que ahora es solo fútbol...
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