Hay un
viaje en tren del narrador niño con su tía hacia las vacaciones de verano donde
espera la abuela. Y en el compartimento una mujer amarillenta, de ojos negros incisivos
y de pelo lacio que quiere contarle un cuento. El cuento habla de unos reyes
para quienes pasan los años sin tener herederos, hasta que se les aparece el Diablo
con quien pactan. El tren pasa un largo túnel del Bierzo hacia Galicia y uno de
sus vagones descarrila. Los viajeros lo abandonan. Junto al río, la tía se da
cuenta de que en su bolso de mano no está la cartera. Acude aprisa a los
guardias que están junto al talud de la vía. Hay alboroto pero no la encuentran.
La tía sospecha de un hombre del departamento a quien ya no ve. La mujer
prosigue con el cuento. El príncipe heredero, con veinte años, ha de
presentarse en el castillo del Diablo. De las tres hijas, el príncipe se
enamora de la menor que le ayudará a superar las pruebas que el Diablo le
impone para salvar la vida. Roturar un bosque que dé pan y un viñedo del que
pueda ofrecerle una jarra de vino al día siguiente; encontrar un anillo en el
fondo del lago, para lo que tendrá que descuartizar y arrojar al agua a su
enamorada. Mientras los obreros encarrilan el vagón con gran esfuerzo y ayuda
de las máquinas y la tía enjuaga las lágrimas de la pérdida, la mujer de la
mirada intensa concluye su relato. El Diablo después de todo decide sacrificar
al príncipe. Pero la hija menor, que salió del lago con el anillo recompuesta,
lo ayuda ensillando a Viento y Pensamiento, dos caballos con los que huyen.
Ella va arrojando objetos que interponen obstáculos mágicos en el camino del
Diablo que los persigue. Un peine que se transforma en arbusto, una navaja en
hierro erizado de pinchos, un puñado de sal en montaña de sal para que le
abrase las heridas. Al final el diablo desiste no sin antes lanzar una
maldición: “¡Te olvidarás de Blancaflor!”. Mientras los obreros rematan la
faena y la gente vuelve al tren, la mujer remata su cuento. Al llegar al
castillo, el príncipe se olvidó de Blancaflor y se comprometió con otra muchacha.
Hasta que un día la ve hablándole a una piedra y a un cuchillo, la piedra del
amor, el cuchillo del dolor. La primera le recuerda todo lo que hizo por el
príncipe, el segundo le responde a la pregunta de qué le queda por hacer,
“Matarte”. Entonces, cuando Blancaflor se acerca el cuchillo al corazón, el príncipe
recuerda y colorín colorado. Llegado al final del viaje, al despedirse, la
mujer del rostro amarillento le dice al niño que hoy recuerda: “Yo soy la hija
del Diablo”.
El cuento
es aún más complejo de lo que cuento, el más perfecto de los relatos del
volumen Cuentos de los días raros que José María Merino publicó en 2004.
El tema es la memoria de la que el narrador trata de extraer perlas que no
acaban de tener consistencia, porque en la memoria se diluyen o deforman los
recuerdos, aunque también, con ayuda de la imaginación, se puede añadir y
embellecer lo que falta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario