Pasan ante
mis ojos los ciento treinta minutos de esta película sin enterarme muy bien de
qué va. Un soldado hábil en el manejo de un fusil ametrallador muy moderno, muy
rápido y muy mortal. Un soldado que hace cuatro viajes, misiones le dicen, a la
guerra de Iraq, solidario con sus compañeros, vengador de la muerte de uno de
los suyos, perseguidor mortal de uno que en el otro bando hace lo mismo que él,
matar. La película muestra con machacona
precisión la máquina de la muerte que es cualquier ejército, la destrucción de
la ciudad, la desindividuación del enemigo, la camaradería, algunas escenas con
un poco de tensión cuando hay niños delante de la mira telescópica que precede
al disparo mortal, tormentas de arena y escenas familiares del soldado
francotirador, la mujer, sus hijos, al que en su país convierten en héroe y sus
compañeros llaman Leyenda. Y ya está. No sé para qué pueda servir una
peli como esta, quizá sea como en aquellas historias de santos que yo leía en
mi infancia, que glorificaban a un hombre santo, San Vicente, San Antonio, y se
trate de santificar a este soldado, Chris Kyle, un hombre real, cuya biografía
traslada la película, con tantas muescas en la culata de su fúsil, si es que ahí
se lleva todavía la cuenta de sus muchas muertes, más de ciento sesenta. Quizá
en un país en estado de guerra sirva para levantar la moral alicaída del
personal, pero aquí, en este país, en otros, por qué se estrena, cuáles son sus
valores, no hay emoción, el suspense es mínimo, el personaje principal es estruendosamente simple, una simpleza bien servida por Bradley Cooper. Me han gustado casi todas las pelis de Clint Eastwood, esta me ha
resultado soporífera.
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