martes, 23 de diciembre de 2014

El final de Sancho y otras suertes, de Andrés Trapiello


            No sabe uno qué más admirar si la capacidad de Andrés Trapiello para traer a nuestros días a personajes nacidos en la imaginación de otro escritor del siglo XVII, tan vivos como podrían haberlo estado entonces, si la de llenar  su novela, crónica asegura él, de continuas aventuras, casi una por página, que ponen en vilo el ánimo del lector que salta de página en página con gran contento o esa maravilla que consiste en haber creado un estilo, una lengua que parece tanto del XVII como de ahora. Por lo primero Trapiello se pone en la senda del autor a quien más debe el español y señala la tradición que él considera más viva, por lo segundo ejercita el oficio de novelista que es el de entretener al lector y pasar a las páginas de lectura la vida misma, sustrayéndola de los embelecos de los escritores que toman las letras como excusa para agrandar su ego y por la tercera, Trapiello hace un grandísimo esfuerzo, a riesgo de la propia salud como él mismo ha confesado al haber tenido que consultar mucho libro y documento viejo, para hacer hablar al español al modo en que lo hacía cuando Cervantes, sin que se vea artificiosidad alguna, haciéndolo más fluido y rico, tan actual que sorprende no hallar extrañas tantas palabras que como pecios llegan del pasado, ni giros, ni historias, ni cuentos, soltándolo de los amarres que vemos en otros escritores, unos apegados a una academia vieja y otros a una vulgaridad insoportable. Quizá más allá, al otro lado del océano, no haría falta una operación semejante, porque corre allí el español suelto y es nuevo en los libros que se publican continuamente y aquí no tienen éxito, y en el habla por supuesto, pero sí en España tan necesitado de limpieza. Se comprende el guiño de Trapiello llevando a los personajes del Quijote a las Indias, haciendo que allí muera Sancho y sus compañeros de Al morir don Quijote, como se anuncia desde el mismo título de la novela, pero dejando la semilla de sus muchos descendientes, plenamente americanos con un español actual y rico.

            Por lo demás, retoma el autor a sus personajes allí donde los dejo en Al morir don Quijote, haciéndolos trabar amistad y familia a Sancho con el ama, a Sansón Carrasco con Antonia, la sobrina de don Quijote, perseguidos por enemigos brutos como el mozo Cebadón, astutos y malévolos como el escribano De Mal o redoblados tontos como los duques, aquellos que se habían reído de Sancho dándole una isla y nombrándolo gobernador y hasta el bandido Ginés de Pasamonte que va cambiando de nombre sin faltar nunca a su condición. La novela recrea tres escenarios, la Mancha por la que pasearon Cervantes y sus personajes, la Sevilla barroca y pícara del setecientos y las Indias dislocadas por su naturaleza y la lejanía del poder de los asutrias. Pues no, esta novela, no sé si es suficiente excusa que haya aparecido tarde en las librerías del 2014, no aparece en las listas de los mejores libros del año. Yo la tengo por una de las mejores, sino la mejor.

           En pocos escritores acompaña mejor la lengua que en estos libros a los personajes, al fluir de la vida verosímil, tan auténtica que llega a desaparecer en el curso de la lectura, aunque no tanto como para no tener que señalar las palabras que uno desconoce y que sin embargo no se ven como objetos extraños sino habitantes de ese mundo en el que uno se ha puesto a vivir con total normalidad, que revitaliza el lenguaje que ahora mismo hablamos. Me sucede como con los escritores caribeños y mexicanos que tan nuevo me hace sentir el español, como este AT que lo renueva en las fuentes del XVII.


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