Dos perros,
Cipión y Berganza, recogidos en una perrera municipal, consiguen en una noche
mágica el don de la palabra para contar a un segurata, Manolo, los sucesos de
su ajetreada vida, por la que van pasando amos pijos animalistas, pastores más brutos
que los propios perros, cirujanos plásticos o policías de aeropuerto.
La
escenografía es suficiente, un alargado banco rectangular en medio de la escena
en el que se sientan, pasean o tras el cual se cambian los actores, algo de
vestuario y muchas máscaras y una luminotecnia para subrayar los cambios en la
noche mágica, lo justo para que resplandezca la palabra, el diálogo que es lo
que se espera de un texto como este. Lo que pasa es que la adaptación del texto
cervantino no tiene la suficiente enjundia. Los diálogos no siempre son
brillantes y a la trama le falta calado. Breves apuntes de su relación con cada
uno de sus dueños y más breves las referencias a las transiciones de uno a
otro. Salva la función, sin embargo, la actuación de los cinco actores,
Fontseré y Pilar Sáenz, haciendo de Cipión y Berganza, están magníficos con ese
hallazgo del balbuceo-aullido para pasar de los ladridos al habla, el
movimiento de las manos-patas delanteras, los gestos, la ropa, en especial los
cinturones rabo, como lo están también Dolors Tuneu y Xavi Sais en sus
múltiples papeles, desde perros modernos y locos a los diferentes dueños de
Cipión y Berganza, cada uno con una máscara que caricaturiza la deformación
moral que representan.
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