Inside
Llewyn Davis es una película áspera, áspero el guión, ásperos los
personajes, y los intérpretes a los que les falta no sólo sonreír, también algo
de humedad que haga de pegamento entre ellos y los acerque y empape al
espectador. Es verdad que el guión está diseñado para que sea así, tristón,
desesperanzado. Al personaje principal, un joven músico de folk, inspirado en Dave
Van Ronk, un músico de más influencia que éxito comercial, en el Greenwich
Village de comienzos de los sesenta, no le sale nada bien en la vida: sus
novias, su familia, sus amigos se alejan o se desprenden de él, le dejan que
vaya cayendo, que vaya rodando por la calle del frío invierno, con la guitarra
a cuestas, que vaya desesperando, perdiendo todas las oportunidades para
hacerse escuchar como músico. Hay un desencuentro entre la forma comedia que
adopta la peli y el deslizamiento hacia la desesperación, una especie de
comedia amarga, muy amarga, sin gratificaciones, sin sonrisas. Los supuestos momentos
cómicos no acaban de funcionar como en otras pelis de los Coen, esa especie de
humor surrealista que se desprende de la sequedad, situaciones jocosas de
momentos dramáticos, en los que se podría aplicar la expresión
maldita la
gracia. Aquí todo es desconcertante, como ejemplo esa larga secuencia en el
interior de un coche de camino hacia Chicago, entre el gordo John Goodman, otro
personaje áspero que cuenta historias a las que no se les acaba de encontrar el
asunto, junto a la ronca y seca voz de Garrett Hedlund, un poeta de pocas
palabras, conduciendo el coche, y el intrigado y asqueado prota que no sabe
cómo reaccionar ante los monólogos sin sentido o ante la extraña aparición de
la patrulla de policía en la autopista que se lleva sin más al taciturno poeta.
Ese tipo de escenas en otras ocasiones levaban a la sonrisa, a la carcajada
incluso, pero aquí lo que queda es una especie de perplejidad sin respuesta,
sin elemento tonificante, empático. No hay manera de trabar amistad con estos
personajes, con el prota, Oscar Isaac, y sus canciones folk, la mayoría
versiones de clásicos, con su voz oscura, poco simpática y el gesto siempre
amargo, con ese personaje interpretado por Carey Mulligan, tan guapa de morena
como siempre enfadada, maltratando al prota, echándole de casa, insultándole
sin piedad. Las canciones podrían ser tonificantes, pero no lo son, resultan
largas, pesadas, aburridas como toda la peli, a la que el mejor adjetivo que le
calza es desconcertante. La música sólo es una excusa para mostrar un paisaje
desolado, unos personajes extraños, perdidos, una música que parece ir a
ninguna parte, aunque anuncie la llegado de lo nuevo en la aparición de un jovencísimo
Dylan, con el único punto de empatía del gato que el prota pierde y recupera,
aunque eso ya lo vimos en
Desayuno en Tiffany’s.
¿Qué han
querido hacer los Coen con esta peli, manteniendo la forma comedia, contando
una historia tan triste, en la que no aparecen los elementos que den pie a la
sonrisa, pero tampoco los que permitan simpatizar con un protagonista al que
todo le sale mal? Frío, noche, oscuridad. Bien filmados, bien medidos, bien
ritmados, pero extraños. Quizá no la haya visto en mi mejor momento, quizá haya
algo más de lo que yo he visto.
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