1. ¿Qué
mueve a tanta gente al odio -véanse declaraciones, discursos y pancartas?, ¿qué esperan que les traiga la
independencia? ¿Qué les impulsa en su actual locura, una locura que hemos visto
en otros periodos de la historia? Decía Nietzsche:
“Cuando se
considera en qué medida la fuerza de los hombres jóvenes necesita estallar, no
sorprende verlos decidirse por este o aquel asunto de un modo tan poco
selectivo y tan grosero: porque lo que les excita no es el asunto como tal, sino
la visión del ardor existente en torno a una cosa y, por así decirlo, la visión
de la mecha encendida. De ahí que los seductores más sutiles sean expertos en
dejar entrever la explosión, prescindiendo de las razones del asunto: ¡nadie se
gana la simpatía de estos barriles de pólvora con razones!”.
Tomo la
cita de Ayer no más, de Andrés Trapiello, en referencia a la guerra
civil. Pero como señala el propio Trapiello, a esa tentación iniciada por los jóvenes
sucumbieron todas las edades y las profesiones y los géneros, porque cada cual
tenía su agravio y cada cual quería su venganza.
2. Uno de
sus mantras, desde la muerte de Franco para acá, era que no había que romper la
paz social en Cataluña, que no se había de permitir la creación de dos
comunidades en Cataluña. A ello se entregó el PSC en cuerpo y alma. Un diabólico
pacto tácito: dirigentes nacionalistas, masa de votantes de las capas medias y bajas indiferentes al nacionalismo. Por ello una parte de Cataluña, más de la mitad, cedió en la
cuestión de la lengua, en los cargos relevantes en la Administración , en
la cabeza de la representación partidaria. Pero Cataluña está dividida a pesar de
todas las cesiones: una parte tiene la representación, el poder y el
presupuesto, la otra parte el trabajo, por el que debe de estar agradecida,
como así mostraron intelectuales señeros como Francisco Candel o Vázquez
Montalbán. Pero ahora ni eso, tampoco el trabajo o sólo trabajo basura. Ahora,
ven en qué se han convertido sus benevolentes cesiones: si llegara la
independencia, a toda esa gente se le mostrarían dos opciones, aceptar para
siempre su papel de ciudadanos de segunda o convertirse en extranjeros. Pero
como escribió Stéphane Dion, liberal quebequés, en un Estado donde se ejercen y
respetan los derechos y las libertades “no hay argumento moral posible que
justifique convertir a nuestros conciudadanos en extranjeros”. Por lo que se
ve, anteponen una Cataluña independiente a una democrática.
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