miércoles, 11 de septiembre de 2013

Once de setembre



            1. ¿Qué mueve a tanta gente al odio -véanse declaraciones, discursos y pancartas?, ¿qué esperan que les traiga la independencia? ¿Qué les impulsa en su actual locura, una locura que hemos visto en otros periodos de la historia? Decía Nietzsche:

            “Cuando se considera en qué medida la fuerza de los hombres jóvenes necesita estallar, no sorprende verlos decidirse por este o aquel asunto de un modo tan poco selectivo y tan grosero: porque lo que les excita no es el asunto como tal, sino la visión del ardor existente en torno a una cosa y, por así decirlo, la visión de la mecha encendida. De ahí que los seductores más sutiles sean expertos en dejar entrever la explosión, prescindiendo de las razones del asunto: ¡nadie se gana la simpatía de estos barriles de pólvora con razones!”.

            Tomo la cita de Ayer no más, de Andrés Trapiello, en referencia a la guerra civil. Pero como señala el propio Trapiello, a esa tentación iniciada por los jóvenes sucumbieron todas las edades y las profesiones y los géneros, porque cada cual tenía su agravio y cada cual quería su venganza.


            2. Uno de sus mantras, desde la muerte de Franco para acá, era que no había que romper la paz social en Cataluña, que no se había de permitir la creación de dos comunidades en Cataluña. A ello se entregó el PSC en cuerpo y alma. Un diabólico pacto tácito: dirigentes nacionalistas, masa de votantes de las capas medias y bajas indiferentes al nacionalismo. Por ello una parte de Cataluña, más de la mitad, cedió en la cuestión de la lengua, en los cargos relevantes en la Administración, en la cabeza de la representación partidaria. Pero Cataluña está dividida a pesar de todas las cesiones: una parte tiene la representación, el poder y el presupuesto, la otra parte el trabajo, por el que debe de estar agradecida, como así mostraron intelectuales señeros como Francisco Candel o Vázquez Montalbán. Pero ahora ni eso, tampoco el trabajo o sólo trabajo basura. Ahora, ven en qué se han convertido sus benevolentes cesiones: si llegara la independencia, a toda esa gente se le mostrarían dos opciones, aceptar para siempre su papel de ciudadanos de segunda o convertirse en extranjeros. Pero como escribió Stéphane Dion, liberal quebequés, en un Estado donde se ejercen y respetan los derechos y las libertades “no hay argumento moral posible que justifique convertir a nuestros conciudadanos en extranjeros”. Por lo que se ve, anteponen una Cataluña independiente a una democrática.

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