jueves, 12 de septiembre de 2013

Doce (El anarquista que se llamaba como yo)


Un escritor –lo supongo joven por su ímpetu y por su forma de escribir-, Pablo Martín Sánchez, descubre tecleando en Google a un individuo que se llamaba como él. Ese hecho es el que mueve la novela, El Anarquista que se llamaba como yo, y el que me incita a mí a leerla. Una vez abierto el libro descubro que hay más cosas interesantes, el libro recorre el primer tercio del siglo XX de la historia de nuestro país, desde la guerra de Cuba la dictadura de Primo de Rivera. Van pasando los gobiernos regeneracionistas y Alfonso XIII, la vida familiar de comienzos de siglo y la escuela anarquista, la semana trágica y la Gran Guerra, la ciudad de provincias y París, la vida sindical y la atracción por el terror. Aparecen los escritores conspiradores: Unamuno, Blasco Ibáñez, Ortega y Gasset, la época de los líderes anarquistas: Ascaso, Durruti, la de los magnicidios, la del pistolerismo. El protagonista es calderero y periodista y tipógrafo. La estructura traba dos relatos: una historia de amor entre el protagonista y la hija de un militar que desaparece una noche en Béjar y la acción de un grupo de anarquistas que quiere atravesar la frontera para acabar con la dictadura de Primo de Rivera. Los relatos siguen con la búsqueda de la mujer y el juicio militar a los ingenuos anarquistas que han atravesado la frontera por Vera y Figueras.

            El atractivo de este libro reside en su espíritu aventurero. El lector imagina al autor moviéndose en hemerotecas y archivos, desempolvando el pasado para dar vida a su homónimo, aunque buena parte de su información provenga de una entrevista con una anciana que rememora el pasado. El resultado es creíble y se lee casi como una biografía del joven anarquista que acaba trágicamente un día de diciembre de 1924. La escritura fluye y la mayor parte de los hechos que aporta  son verificables.


            Lo menos interesante es la bisoñez del autor, sin que esa palabra sirva para descalificarlo, los dichos y ocurrencias que salpican la narración, los chistes o humoradas, aunque lo más molesto, sin duda, es la presencia del narrador omnisciente que nos va advirtiendo de lo que va a pasar o señalando como en un aparte lo que los personajes desconocen. Sin embargo, creo, salva los clichés de la novela de género, la histórica, que tanto está contribuyendo a la tala de bosques, el autor se deja llevar por su impulso de escritor y por su olfato de investigador, acercándose a una especie de biografía novelada.

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