'Bodies of two German women and three children killed by the Bolsheviks (Soviets) in Metgethen, Germany.'
“Dilema
entre el aislamiento altanero en el que transcurre por lo común mi vida privada
y el impulso de ser como los demás, de pertenecer a una nación, de padecer la
historia.
¿Qué otra
cosa puedo hacer yo? Esperar. Los cañones antiaéreos y la artillería marcan la
pauta de nuestros días. A veces deseo que todo hubiera pasado ya. Tiempos extraños.
Una experimenta la historia de primera mano, sucesos que luego serán canciones
y textos. Sin embargo, ahora, en su proximidad se convierten en miedo y en
pesada carga. La historia es muy pesada”.
“La
deserción parece de pronto algo natural, incluso agradable. No puedo por menos
de pensar en los trescientos espartanos del rey Leónidas que resistieron en las
Termópilas y cayeron tal como ordenaba la ley. Eso lo aprendimos en la escuela,
nos querían impresionar. Puede que aquí o allá haya trescientos soldados
alemanes que se comporten de manera similar. Tres millones, no. Cuanto más
grande y ocasional es el tropel, tanto menor es la posibilidad de un heroísmo
de libro de texto. Desde casa, nosotras, las mujeres, tenemos poca comprensión
para esos actos. Somos razonables, prácticas, oportunistas. Estamos a
favor de los hombres vivos”.
“Nosotros,
los alemanes, no somos un pueblo de partisanos. Necesitamos un mando,
órdenes. Viajando en tren por la Unión Soviética en uno de esos recorridos largos
por el país, me dijo una vez un ruso: «Los camaradas alemanes sólo tomarían por
asalto una estación después de haber sacado los billetes.» Con otras palabras y
sin hacer broma: la mayoría de los alemanes tiene horror a contravenir
directamente la ley. Además, nuestros hombres tienen miedo”.
«La
suma de las lágrimas permanece constante.» Da lo mismo bajo qué bandera
o régimen político vivan los pueblos. Da lo mismo a qué dioses adoren o qué
sueldo perciban: la suma de las lágrimas, de los dolores y de las angustias,
con los que debe contar cada cual en su existencia, permanece constante. Los
pueblos saciados se revuelcan en neurosis y hastío. A los torturados en exceso
les auxilia, como ahora a nosotros, la apatía. Si no, tendría que estar
llorando sin parar desde la mañana temprano hasta la noche. Y lo hago tan poco
como los demás. Impera ahí una ley. Quien cree en la inmutabilidad de la suma
de las lágrimas terrenales, no es útil ciertamente como reformador del mundo ni
para actuar con firmeza. Volvamos a contarlo: estuve en doce países europeos.
He vivido, entre otras ciudades, en Moscú, París, Londres, y he presenciado de
cerca el bolchevismo, el parlamentarismo, el fascismo. Como persona sencilla
entre personas sencillas”.
“Por la
noche vino a casa la mujer del eczema purulento y nos contó una historia
triste: hoy fue hasta la
Lützowplatz para ver a su jefe, abogado, a quien ella
escribía los expedientes desde hacía muchos años. Este abogado, como se había
casado con una judía y no quiso divorciarse, las pasó canutas durante el Tercer
Reich, especialmente los últimos años, en los que a duras penas se podía ganar
la vida. Desde hacía meses, la pareja estaba ilusionada con la liberación de
Berlín. Se pasaban las noches enteras escuchando emisoras de radio extranjeras.
Cuando entraron los primeros rusos en el refugio buscando mujeres, hubo algunos
forcejeos y disparos. Uno de los disparos rebotó en el muro y le dio al abogado
en la cadera. Su esposa se echó en brazos de los rusos suplicándoles auxilio en
alemán. La sacaron a rastras al pasillo. Tres tíos encima. Mientras, ella
aullaba a pleno pulmón: «Soy judía, pero si soy judía.» Entretanto, el marido
se iba desangrando. Lo enterraron en el jardín de delante de la casa. La mujer
se marchó aquel día. Nadie sabe adónde”.
“Desde ayer
tenemos otra vez corriente eléctrica. Se acabó el tiempo de las velas, se acabó
el llamar con los nudillos a las puertas, se acabó el silencio. La radio emite
desde la estación de Berlín. La mayoría son noticias y revelaciones, olor a
sangre, cadáveres, crueldad. Dicen que en grandes campos de concentración
se ha quemado a millones de personas, la mayoría judíos. Con sus
cenizas millones de personas, la mayoría judíos. Con sus cenizas se ha
fabricado abono químico. Y lo más fabuloso: todo parece estar anotado con
esmero en gruesos libros, una contabilidad de la muerte. Y es que somos un
pueblo metódico. Ya entrada la noche emitieron música de Beethoven. Y con ella
llegaron las lágrimas. Apagué la radio. Una no digiere eso ahora”.
“Luego me
afané en un tomo de los dramas de Esquilo y descubrí Los persas. Los lamentos
de los vencidos encajaban bien con nuestra derrota. Sí, pero no. Nuestra
desgracia alemana tiene un regusto a náusea, enfermedad y locura. No se
puede comparar con nada histórico. Hace un momento radiaron otro reportaje de
un campo de concentración. Lo monstruoso en todo ello es el orden metódico y la
economía: millones de personas convertidas en abono, en relleno de colchones,
en jabón, en felpudos de fieltro... Esquilo no conoció nada semejante”.
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