jueves, 20 de junio de 2013

La neocueva de Altamira


            La experiencia didáctica se vive en general en compañía, aprendemos junto a alguien, unas veces aceptando la maestría del que nos enseña, otras en pie de igualdad junto a nuestros condiscípulos. La satisfacción que nos proporciona suele ser una experiencia de bajo contenido emocional, aunque en los momentos punta sintamos que es algo especial. La experiencia estética es única y requiere la soledad, aún cuando estemos acompañados por otra gente que ha acudido al mismo lugar donde esperamos que suceda la conmoción. Porque ese tipo de experiencia, por su singularidad, tiene que ver con algo parecido a una conmoción, algo que nos saca del presente y nos transporta a territorio desconocido.

            Bien. Escribo esto a propósito de mi visita a la Neocueva de Altamira. No tenía grandes expectativas, pero me habían comentado tantas cosas sobre lo bien que había quedado, sobre la calidad de las reproducciones, sobre la semejanza con la cueva original que tenía cierto interés en comprobarlo.

            Un día lluvioso, muy lluvioso a la llegada a Santillana, tanto que podía ayudar a una atmósfera favorable. La recepción en el museo correcta, pero acompañado de una multitud. Muchos colegios y excursiones de jubilados. Entradas en grupo cada cinco minutos. Creo que entrar solo sin guía no merece la pena, al menos la visita guiada señala cosas que por sí mismo uno no puede ver. La soledad en la neocueva no garantiza experiencia estética alguna. La visita guiada tampoco. Está el artificio, el cartón piedra, el afán didáctico. Falta todo lo demás.


            No me quejo de que no se pueda entrar a la cueva original. Comprendo que no todo debe ser accesible, que hay que preservar el patrimonio. Pero hacer pasar la neocueva como una experiencia igual a la que uno tendría en la cueva original es una estafa.

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