La
experiencia didáctica se vive en general en compañía, aprendemos junto a alguien,
unas veces aceptando la maestría del que nos enseña, otras en pie de igualdad junto
a nuestros condiscípulos. La satisfacción que nos proporciona suele ser una
experiencia de bajo contenido emocional, aunque en los momentos punta sintamos
que es algo especial. La experiencia estética es única y requiere la soledad, aún
cuando estemos acompañados por otra gente que ha acudido al mismo lugar donde
esperamos que suceda la conmoción. Porque ese tipo de experiencia, por su
singularidad, tiene que ver con algo parecido a una conmoción, algo que nos
saca del presente y nos transporta a territorio desconocido.
Bien.
Escribo esto a propósito de mi visita a la Neocueva de Altamira. No tenía grandes
expectativas, pero me habían comentado tantas cosas sobre lo bien que había quedado,
sobre la calidad de las reproducciones, sobre la semejanza con la cueva
original que tenía cierto interés en comprobarlo.
Un día
lluvioso, muy lluvioso a la llegada a Santillana, tanto que podía ayudar a una
atmósfera favorable. La recepción en el museo correcta, pero acompañado de una
multitud. Muchos colegios y excursiones de jubilados. Entradas en grupo cada
cinco minutos. Creo que entrar solo sin guía no merece la pena, al menos la
visita guiada señala cosas que por sí mismo uno no puede ver. La soledad en la
neocueva no garantiza experiencia estética alguna. La visita guiada tampoco. Está
el artificio, el cartón piedra, el afán didáctico. Falta todo lo demás.
No me quejo
de que no se pueda entrar a la cueva original. Comprendo que no todo debe ser
accesible, que hay que preservar el patrimonio. Pero hacer pasar la neocueva
como una experiencia igual a la que uno tendría en la cueva original es una
estafa.
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