Cada vez que escucho a Britten me gusta más. La sinfonía
simple, que escribió muy pronto, como una diversión juvenil, en su carrera
de niño prodigio. Ecos de Prokofiev. El concierto para violín, que creo
no haber escuchado antes, una maravilla, brillante, virtuosístico en la
interpretación de Midori, quizá muy moderno en su época, pero para nosotros
lleno de color, melancólico y alegre a un tiempo, con ecos de Gershwin, pero
también de Shostakovich, o quizá al revés, no sé quién escribió antes, se influían
unos en otros, el timbre, el color, la percusión. Y para finalizar, los Cuadros
de una exposición, en la orquestación de Ravel, un chutazo de optimismo. Una
interpretación memorable. Uno de esos días en que desplazarse al auditorio
compensa con creces.
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