martes, 25 de junio de 2013

Intemperie, de Jesús Carrasco


            Una obra literaria no se conforma con contar una historia, aunque sea una historia densa, original, trepidante o extraordinaria en algún aspecto. Una obra literaria no se conforma con acotar los márgenes de un libro, con quedar encerrada en sus límites. Una obra literaria quiere adueñarse de la imaginación del lector y proyectarla por encima del espacio y del tiempo en que sucede lo que se cuenta. Una obra describe unos personajes y un paisaje con características muy precisas, narra unos hechos concretos, particulares, pero el escritor quiere que vaya más allá, que los vista de otro modo, que evoque otros paisajes, que reconstruya otras acciones. Una obra se completa cuando el lector la hace suya y la amplia rompiendo sus moldes.

            Es lo que le falta a esta obra, creo yo, de Jesús Carrasco. Cuesta desdoblarla, no permite, por lo menos a mí no me ha permitido, llevarla a otro espacio y tiempo. No me ha servido para entender mejor un mundo que el autor y yo compartamos. Algunos la han comparado con La carretera de Corman MacCarty. En algunos aspectos se le parece, pero desde el principio se ve en ésta qué quiere que veamos, qué mundo debemos ver, temer, “Estas avisado, lector, de lo que puede ocurrir, de lo que va a ocurrir”, dice MacCarty y el lector se lo cree y queda aterrorizado ante ese mundo. En cambio, la novela de Carrasco, en todo caso, ha sido escrita con unas décadas de retraso. Hubiese sido creíble para reflejar el mundo de los cuarenta o cincuenta, los años precisos de la pertinaz sequía, por ejemplo. En ese contexto de campos yermos, de pobreza extrema, de cortijeros, latifundistas y alguaciles dueños no sólo de las haciendas sino de las vidas de los paisanos se entendería perfectamente la dura historia que cuenta.

La otra cosa que estorba en la lectura es el encorsetamiento o el amaneramiento, la necesidad del autor de demostrar que es capaz de levantar el edificio de una novela, de dominar el oficio, de conocer cada una de sus herramientas. Es evidente que un autor ha de dominarlo, pero no se ha de ver. Si el lector está diciéndose a cada paso, “Joder, qué dominio, qué maestría, que capacidad de controlar el diccionario” es que la historia no se impone del todo, no fluye por encima de la carpintería.

¿No vale nada, entonces, según mi opinión, esta novela? Sí vale, es justamente porque el empeño del autor es grande por lo que hay que juzgarle por el tamaño de su empeño. En todo momento se ve la voluntad de armar algo grande, pero es tan grande el deseo de querer demostrar, que la autoría se sobrepone a la historia. Si el autor es capaz de superar ese miedo, si es capaz de esconderse y dejarse llevar por sus relatos, y si mira hacia el presente, ahí puede haber un gran escritor.

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