viernes, 27 de abril de 2012

El pesimismo es una frivolidad



Antonio Escohotado, filósofo, 70 años, ha probado más de 100 tipos de droga y sigue en pie. Hace 15 años que no pilla un resfriado. Sobrevivió a sí mismo, afirma el entrevistador. Autor de Historia general de las drogas. (El Mundo 01/04/2012): 
"De la huelga general me he enterado por los periódicos, claro, pero dudo de que tenga mucha repercusión. Yo no sabía nada de sindicatos ni de la historia del movimiento
obrero hasta que escribí Los enemigos del comercio. Entonces estudié el gran
trabajo que sobre este asunto desarrolló el socialista británico Sidney Webb. Deduje
que nada es lo que parece. La verdadera historia del movimiento sindical es muy profesional, muy de aristocracia laboral. La historia siempre te enseña más de lo que esperas de ella. Se dilata de una manera sorprendente.
 Al 15M y demás, [lo percibo] con cierta distancia. Haber entrado con los dos pies en la tercera edad me permite mirar con mucha relatividad. En buena medida esas cosas me parecen un 'blablablá'. Cada tiempo tiene su charlatanería. No le encuentro contenido al movimiento. Falta profundidad. Echo de menos más estudio. Todas esas carencias provocan resultados vagos y reiterativos. Sé que los jóvenes están descontentos, pero no parecen conscientes de que nunca hemos estado mejor. Las generaciones anteriores han vivido, como mínimo, una guerra. Hay demasiada amnesia en esta sociedad.
 Las utopías... Son una soberana estupidez. Decía Ortega y Gasset que el utopismo no ha tenido la crítica que merece. No sólo es inactual, sino que es impreciso y absolutista. Quiere hablar de todo desde ningún sitio. El que ama la verdad ama la cosa determinada, lo concreto. Es decir: aceptas el mundo como es.
 El pesimismo es una frivolidad. Una forma de confundir los males propios con los del conjunto. Soy hegeliano y aristotélico técnico-científico. Y creo que la naturaleza merece celebrarse.
 La única vez que me presenté a cátedras, en 2006, me pusieron siete ceros... No he pertenecido a capillas, ni a grupos de presión. Desarrollé desde joven un alma autónoma. Y quizá se detesta mi pasión por seguir estudiando... Quien ama la libertad propia ama también la ajena, en vez de consentirse la obsesión perversa del control permanente. Eso nos lleva a observar cada vez menos y a profetizar cada vez más.
 Todo empezó con unos ataques epilépticos que sufría de adolescente. Para comprobar el alcance un psiquiatra decidió hacerme un encefalograma y me inyectó pentotal, un barbitúrico de acción ultrarrápida, quizá el fármaco con menos margen de seguridad. Y así, a los 16 años, descubrí un nuevo estado de conciencia, una nueva ventana desde la que mirar el mundo. Una década más tarde llegaron los ácidos... He acabado teniendo unas ideas ciertamente chocantes en esta materia, pero me abstengo de comunicarlas hasta que se publique póstumamente mi diario de bitácora, donde preciso posología y certezas. Será una cartografía de la intimidad.
 La humanidad gestiona con tanta dificultad su placer, le tiene tanto miedo... Tras componer una historia de las drogas comprendí que había documentado una parte considerable del miedo a nosotros mismos, y ahora que termino una historia del comunismo comprendo que he documentado una parte no menos considerable del miedo a los demás... De la piel para dentro empieza mi explosiva jurisdicción, y no merece llamarse sociedad civil aquella donde no cunda el derecho a la extravagancia. Pienso en aquello que decía Spinoza: «Un cuerpo capaz de muchas cosas tiene un alma fundamentalmente eterna».
 De pequeño me propuse ser valiente e inteligente ante todo, costase lo que costase. Observa cómo con la prohibición las drogas dejaron de ser instrumentos para trabajar más (usaban opio y morfina Goethe, Goya, Wagner o Bismark) y se convirtieron en coartadas para no hacerse frente a sí mismos, para declararse peleles.
 Mirar hacia atrás nos convierte en estatuas de sal. Hace poco recibí el golpe más brutal: la muerte de uno de mis hijos... Pero huyo del resentimiento como del demonio. Aunque la historia sea mi pasión intelectual, y la memoria (Hegel dixit) la forma superior de la substancia, nuestra vida está para vivirla, no para consentirnos nostalgias. Aceptemos estoicamente su canibalismo, el hecho de que se alimente de ella misma. Para compensar ese tanto de truculencia se inventó el amor y su denuedo".

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