Es inevitable pensar en El último tango en París y en Intimidadal al ver esta Shame, y comparar el París que
retrataba Bertolucci en 1972 con el Londres de Patrice Chereau de 2001 y ambas con el Nueva York donde traslada la acción Steve McQueen en 2011. Épocas distintas, aunque no
tan lejanas unas de otras, ha cambiado la sensibilidad, la atmósfera, las
relaciones pero no hasta el punto de hacernos irreconocibles en el recuerdo. De eso van las tres películas, de cómo los humanos nos relacionamos con nuestros
congéneres, tomando el sexo, su adición, como síntoma de que las cosas en general van mal. Sin embargo, cualquiera de ellas no
puede ser tomada como retrato fidedigno de un tiempo, el arte aunque tenga voluntad de representarlo, cuando produce una obra maestra, suele fijarse en la cresta de la ola, en la
espuma que se desprende cuando la ola rompe, refleja la vanguardia, otea el
tiempo que se avecina, muestra a los pioneros, pero detrás viene el resto masivo de la humanidad. En todo caso, lo que las tres películas han ido anunciando es un
enfriamiento general de la atmósfera humana: los encuentros sexuales esporádicos,
vividos como calentones momentáneos eran o son el sustituto de una falta
generalizada de calor, los personajes de la trama echan en faltan los abrazos, la calefacción central. Aunque habría que preguntarse si eso es propio de nuestra época o si cualquier tiempo pasado fue peor.
Steve McQueen nos cuenta la vida a trompicones, entre apretón y
apretón, de dos hermanos, tan fáciles para la descarga sexual rápida con
desconocidos como incapaces para amar, comprender, proteger, compartir o estar disponible para recibir de conocidos, familiares, amigos. Ninguno de los dos se siente arropado, así que andan a la búsqueda desesperada de instantes de satisfacción a través de los móviles, del portátil, de encuentros esporádicos con gente igualmente necesitada y, si no puede ser de otro modo, en la pornográfica internet, siempre con la tarjeta de crédito a mano. McQueen carga las tintas, por eso se parece a las otras dos pelis aludidas: sexo sucio, de usar y tirar, insatisfacción, impotencia, amago de violencia, encuentros con hombres duros, tríos de pago, llamadas desesperadas, intentos de suicidio. Añadamos a eso la humillación laboral, la vida de oficina, jefes capullos que hacen valer el escalafón, la negra vida urbana. Michael Fassbender y Carey Mulligan muestran todo lo que hay que mostrar, el cuerpo y su atasco moral. El primero no se corta, la segunda sí, está esplendida en su emocionante interpretación de New Yor, New York.
Con el paso del tiempo he comprobado algo, el embotamiento
de la sensibilidad, quizá sea una cosa personal, ha pasado el tiempo, me han caído
los años, la experiencia me ha curtido, ver El último tango en París fue un sobresalto, una emoción
incontenible, me pilló precisamente en París, en mi primera visita, creo; Intimidad
la viví como una experiencia estética, me emocionó la música, la historia,
compré el libro de Hanif Kureishi para prolongar la emoción. Con Shame todo ha
sido distinto, no he sentido urgencia por ir a verla, he visto lo que
sucedía en pantalla con frialdad, en ningún momento me he visto implicado
emocionalmente. Quizá sea cosa personal, quizá la saturación de imágenes que vivimos, quizá la insensibilidad de la época, qué sé yo, en todo caso vale la pena pasarse por el cine, pues vale bastante más que la edulcorada y oscarizada The Artist.
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