«La pretensión legítima del Estado en cuanto a la persecución y sanción de las conductas delictivas, solo debe ser satisfecha dentro de los límites impuestos al ejercicio del poder por los derechos que corresponden a los ciudadanos en un Estado de derecho. Nadie discute seriamente en este marco que la búsqueda de la verdad, incluso suponiendo que se alcance, no justifica el empleo de cualquier medio. La justicia obtenida a cualquier precio termina no siendo Justicia». (Párrafo de la sentencia del Supremo que condena al juez Garzón).
1. Sacando al juez, o ya ex juez, Garzón de la disputa política
y convirtiéndolo en personaje de novela acaso podría ayudarnos a comprender
mejor su personalidad cambiante, la de un individuo tan aparentemente sujeto a contradicción,
capaz de acusar en las primeras páginas de los periódicos y en las portadas de
los teleinformativos del mundo entero al dictador Pinochet y al mismo tiempo,
después, invitar a una suntuosa cena, bien regada, al ex Secretario de Estado,
Henry Kissinger, promotor del golpe mediante el cual el propio Pinochet acabó
con el mandato democrático y la vida de Salvador Allende, como de abrir y, algún
tiempo después, cerrar un sumario por evasión fiscal al muy poderoso Presidente
del Banco Santander y después escribirle una animosa e íntima carta, “Querido
Emilio”, pidiendo, solicitando, exigiendo, no se cuál es el verbo que conviene,
dinero para impartir unos cursos en una universidad de Nueva York, dinero con
el que luego pagó dicha cena, en la que también estaba el mismísimo mister X de
los Gal, pues no es menos sorprendente la peripecia de este otro sumario,
abierto y guardado en un cajón, mientras el juez, o ya ex juez, probaba los
fastos de la política, o sus hieles, y cuando no consiguió lo que esperaba
obtener, un ministerio, volver a sacarlo del cajón para enjuiciar y encarcelar
a la cúpula del ministerio del interior de ese mister X invitado en la ya
famosa cena.
Como sorprendente es que, dado su renombre internacional, fuese
contratado por una alta suma de euros, 50.000, por el Estado ecuatoriano para supervisar
la reforma de su sistema judicial y que, hecha ésta, no tenga nada que decir ante
la reciente y dura condena por parte del máximo tribunal al diario El Universo por
criticar al poder ejecutivo de ese país.
No menos sorprendente es el modo de razonar de sus
defensores, del que selecciono al menos montaraz que, sin embargo, deslegitima
al tribunal que lo condenó por unanimidad, por su "inverosímil veredicto", por "ilegítimo" y porque ha dejado de ser "creíble":
«Aunque tal condena me parezca una injusticia histórica, mi cualificación profesional no me autoriza a pronunciarme sobre su grado de legitimidad jurídica ni mucho menos sobre su factura técnica. Pero sí me creo autorizado a valorar algunos de los elementos extrajudiciales que concurren en la formulación y la recepción de semejante veredicto de culpabilidad».
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