Cuando todo parecía estar bien trabado y comprendido, el
orden del cosmos, el sentido de la vida, el progreso de la humanidad, el
autocontrol del individuo, de pronto, inesperadamente, el caos se extiende con
su perfil irregular y opaco, trastabillan nuestras creencias, queda hecho
añicos el optimismo de dos siglos. En otros periodos de la historia, en otras
crisis que parecían tremebundas, surgió una mente que agrupó los hilos sueltos
en una explicación sencilla y coherente y el mundo recobró su rutina: Einstein,
Freud, Keynes.
Llevamos cuatro años sumergidos, con la luz cada vez más
distante, en una opacidad cárdena, todo lo que parecía imposible está
sucediendo, cada vez hace más frío, pisamos sin encontrar suelo, no entendemos
nada de lo que ocurre, ninguna mente brillante abre puerta alguna, todos los
que hablan son agoreros, profetas de catástrofes, cada uno de los sucesos
parece duplicar una escena ya anunciada en una de las muchas pelis de
catástrofes, tan de moda en los últimos años.
Pero en algún momento haremos pie, ¿no?, podremos
impulsarnos hacia arriba, ¿no?, en algún lugar habrá un límite que impedirá
seguir cayendo, ¿no?, no existe la quiebra absoluta, ¿verdad?, ¿no queda en
pie, esa última certeza, la de que no existen absolutos? Hay ahí una mente brillante y genial que comprende y explica, que ata los últimos cabos para mostrar la
salida, ¿no?
El mundo está cambiando. No se trata de que los empleos
basura se hayan ido a Asia -las cadenas de montaje de los iPhones-, miremos
alrededor, dónde están los antiguos empleados de los aeropuertos que tramitaban
las tarjetas de embarque, los serviciales agentes de las oficinas de viaje, las
cajeras que nos devolvían las monedas sueltas, aquellas dulces mujeres que nos
atendía al otro lado del teléfono, la legión de administrativos y secretarias, los
mecánicos de talleres. Viejas profesiones barridas por los tontitos de la clase
que en vez de estudiar filosofía, psicología o griego aprendieron a escribir
código, a crear anuncios en páginas web o analizar estadísticas de movimientos
en la red, pero son unos pocos, a los otros, en un escalón inferior, ya no les llaman para juntar ladrillos. Se acabaron los trabajos rutinarios y los masivos. Los robots hacen estragos.
Es evidente que Berlusconi y Hu, Merkosy y Rubalcoy -¿alguien vio valentía en
sus ojos el pasado debate, alguien vio chispa? sólo asesores de mercadotecnia
más mediocres que ellos-, son demasiado viejos para entender
los nuevos procesos, los viejos partidos y sus rutinas, los viejos empresarios,
¡Mirad las caras de esos consejos de administración!, los viejos líderes de
opinión, ¿¡Gabilondo!? -dice hoy en el periódico uno de ellos: “Las tabletas no
son para mi generación. Nada reemplaza el libro de papel” (Bernard Pivot)-, por
no hablar de los publicitarios -¿alguien se ha detenido a mirar los
anuncios de la carretera o a oír las cuñas de la radio-, impelidos por la inercia
están apegados a un mundo caduco, a un pasado remoto, un tapón que impide el
ascenso de mentes frescas. Pero, en fin, se detendrá la caída, la catástrofe absoluta no existe.
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