A tono con la faz de hombre silencioso y dizque juicioso, el
país está depositando en Rajoy una esperanza muda, contraimagen del optimismo
loco y resultón del votante de 1982 ante Felipe González. Es una esperanza poco
crédula y en muchos casos ya defraudada antes de que comiencen las labores de
gobierno, pero qué sería de nosotros sin un rayo de luz. No es que los tiempos
sean atroces, ni mucho menos, pero ahí está colgada la amenaza, difusa,
parecida a la de otros tiempos que no vivimos pero que hemos leído en libros o
visto en documentales y películas. No faltan profetas del desastre y cifras que
se oscurecen cada día y el tiempo está como a la espera.
“Resulta curioso que los acontecimientos verdaderamente
importantes que alteran por completo el curso del destino de una persona se
presenten bajo una apariencia insidiosamente trivial. Los primeros síntomas del
cáncer son mucho menos dramáticos que una rodilla magullada; cualquier
psiquiatra sabe que los conflictos reales del paciente se hallan ocultos detrás
de ideas y sueños que el mismo descarta como carentes de importancia. Si llevas
un diario y relees lo que escribiste al cabo de varios años, siempre te
sorprenderá encontrar que los acontecimientos que más importaban en aquel
momento están extrañamente minimizados y se mencionan sólo de pasada. La
verdadera tragedia rara vez sirve para un buen drama”. (Arthur Koestler, La
escritura invisible, 1954)
“En un congreso de escritores celebrado en Moscú, después de
haber escuchado numerosos discursos que prometían la felicidad universal en un
mundo nuevo, André Malraux preguntó de pronto: “¿Y qué hay del niño atropellado
por un tranvía?”. Se hizo un penoso silencio; luego alguien dijo, en medio de
la aprobación general: “En un sistema de transportes socialista perfectamente
planeado no habrá accidentes”.
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