Hay lugares extraordinarios que nunca atrapará tu mirada. El destino no nos concede los días necesarios para verlo todo. Es un desprecio más, añadido al sinsentido de la muerte. Otros lugares salen de la oscuridad por azar. Una sorpresa es por ejemplo el enorme castillo palacio de Baells, una masa de piedra arenisca y ladrillo, señoreando en medio de un villorrio. Si estuviese e otro lugar sería un joya. O una parada en Benabarre atraídos por su airoso castillo, hermoseado en exceso por los restauradores. Una chica amable que se presta a informar con sosiego: Montañana.
Un pueblo de callejas empedradas y casas a duras penas en pie, conservadas por la voluntad de generaciones de herederos apegados a este rincón al que se llega por una pista polvorienta, dejando la carretera que va de Benabarre a Pont de Suert. Mantañana es un pueblo medieval de frontera. Un hermoso puente con joroba y dos arcos se yergue sobre un torrente seco. En un charco a punto de secarse zigzaguean cinco finas serpientes a las que un chavalito animado por su padre apedrea desde lo alto del puente. Apretadas casas de piedras pequeñas, casi guijarros; una iglesia románica junto al lienzo suelto de un castillo desaparecido en la cima de un picacho, cuya subida, en el ferragosto, quita el resuello; una ermita abajo, junto al torrente seco.
Un pueblo de callejas empedradas y casas a duras penas en pie, conservadas por la voluntad de generaciones de herederos apegados a este rincón al que se llega por una pista polvorienta, dejando la carretera que va de Benabarre a Pont de Suert. Mantañana es un pueblo medieval de frontera. Un hermoso puente con joroba y dos arcos se yergue sobre un torrente seco. En un charco a punto de secarse zigzaguean cinco finas serpientes a las que un chavalito animado por su padre apedrea desde lo alto del puente. Apretadas casas de piedras pequeñas, casi guijarros; una iglesia románica junto al lienzo suelto de un castillo desaparecido en la cima de un picacho, cuya subida, en el ferragosto, quita el resuello; una ermita abajo, junto al torrente seco.
Una lesión inoportuna nos impide patear el congosto de Montrebei, así que escogemos el remanso de Sopeira. Alimentado por el Congost d’Escales, hubo aquí en otro tiempo un monasterio y una huerta. Del monasterio de Alaón quedan la iglesia, del XII, un campanario que todavía hace sonar campanas y un claustro en ruinas; de la huerta se ha reconstruido el olivar del abad; árboles con fruta en sazón asaltan al mirón indolente que se acerca al pequeño río para admirar otro hermoso puente.
Algo más arriba el embalse d’Escales plantea algunas preguntas. ¿Qué son esos muros levantados en la pared rocosa, por encima del túnel que atraviesa la carretera, una edificación minera? ¿Y las torres de vigilancia a lo largo de las paredes que flanquean la presa? Una pareja de senderistas desiste de escalar por empinadísimos escalones excavados en la pared. Otros dos escaladores logran encaramarse por un lugar imposible.
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