Eran las ocho de la mañana del 4 de mayo de 1983 y, como cada día, este hombre se disponía a sacar su coche del garaje de la calle de El Carmelo, en Bilbao. Pero aquel día había algo raro en el aparcamiento. "Noté una cierta oscuridad que no era la de todos los días", relató el testigo durante el juicio a los presuntos asesinos, los etarras Manuel Inciarte y Félix Ignacio Esparza. Nada más coger su vehículo, escuchó "como un sollozo o un lamento". Alarmado, se dio la vuelta y vio detrás del coche al agente Pedro Barquero y a su mujer, en un estado de gestación muy avanzado y por tanto evidente. En el momento en que empezó a dar marcha atrás, comenzó el tiroteo. A través de su espejo retrovisor, pudo ver los destellos de las armas de los etarras. Después, vio como uno de ellos se acercaba a sus víctimas con la pistola en la mano. "Se agachó un poco y les disparó a una distancia muy corta", afirmó. "Vi que había dos cuerpos en el suelo y que los estaba rematando", añadió. Impresionado por lo que acababa de presenciar, el testigo salió de su vehículo. Al hacerlo, uno de los terroristas trató de retenerle enseñándole una placa de policía. Sin embargo, consiguió zafarse en un descuido de este. Escapó corriendo "con el miedo en el cuerpo", contó ayer en la Audiencia. "Me puse a cien, salí temblando de allí".
Ese suceso ocurrió hace 27 años, pero ETA sigue existiendo. ¿Cómo cuesta tanto entender que no se puede utilizar el asesinato para conseguir objetivos políticos? ¿Cómo cuesta tanto comprender que defender los objetivos que propugna ETA y su entorno solamente se puede hacer respetando las reglas del juego democrático? ETA tiene que desaparecer sin más. Sólo después los militantes de Batasuna o sus alias pueden presentarse a las elecciones y defender lo que quieran, ajustándose a la legalidad, renegando de la violencia.
Durante años han obtenido ventajas políticas gracias al asesinato, al secuestro y a la extorsión: diputados, concejales, dinero público. Durante años han creado una atmósfera de miedo y opresión en muchos pueblos vascos, impidiendo una vida libre a mucha gente. La sociedad vasca lo ha consentido, la española también. Esa debilidad no debería volver a repetirse.
Pero lo más sorprendente es esa opinión muy común que afirma que lo que digan las víctimas no ha de ser tenido en cuenta. ¿Cómo es posible que las agrupaciones feministas influyan -y con razón- en temas relacionados con la violencia de género o las de los colectivos gay en la ley del matrimonio homosexual o que las eléctricas sea un grupo de presión reconocido en la defensa de la energía nuclear o que los grandes empresarios se reunan con el presidente del gobierno para decirle qué tiene que hacer para salir de la crisis económica y sin embargo se sostenga que las víctimas del terrorismo son inhábiles a la hora de opinar sobre política? Pero es que hay, y más obsceno, los mismos que inhabilitan la opinión política de las víctimas del terrorismo apoyan la legalización de los partidarios de ETA. La opinión de las víctimas no ha de ser tenida en cuenta, dicen; sin embargo, Sortu ha de concurrir a las elecciones.
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