Ahora que todo es verde a tu paso es el momento para visitar el Valle de Boí, el valle por excelencia del románico. Conviene hacerlo de abajo arriba, irás viendo a lo lejos las cumbres nevadas de los Pirineos. Comienza por l'Assumpció de Coll, la más sencilla, pero no por ello menos hermosa, el aperitivo para el festín del románico, la alta torre, las ventanas ligeramente apuntadas, los canecillos de la nave y el ábside, el cementerio jardín, las vistas.
Quizá sea
la más sencilla de todas las del valle, pero no hay crismón más bonito que el
que aparece sobre la arquivolta de la fachada, con dos palomas y dos cabezas en
las cuatro esquinas, una de ellas tocando un cuerno de caza. Fíjate en los capiteles
dorados y en el herraje de la portada, tan bien conservado.
Las
iglesias de Coll y la siguiente, Santa María de Cardet, no se
pueden visitar por dentro, solo en verano, pero no es necesario si a tu cuerpo
le llama el paisaje, la singularidad de las iglesias tan bien integradas en él.
En Cardet no hay torre sino espadaña con hueco para tres campanas, aunque se
conservan dos. Si rodeas la iglesia, dando la vuelta hacia el ábside, el
horizonte, visto desde el mirador sobre el reciente entarimado, se amplía hacia el
río Noguera de Tor y hacia Barruera, de hecho, podrías ir a pie disfrutando del
bello paisaje. Cardet no tiene la típica torre lombarda pero el alto ábside la
suple con sus arcos ciegos
La
tercera está en Barruelo, donde, si no estás atento, la iglesia de Sant Feliu,
a la derecha, no muy lejos de la carretera, te pasará inadvertida, pero en
cuanto la ves en medio de un paisaje floral, amarillo y blanco, volverás al
encantamiento del románico. Austera en su interior, con dos ábsides levantados con
sillares irregulares, la particularidad de Sant Feliu es el porche que
resguarda el pórtico orientado al sur.
La cuarta iglesia está un poco más arriba, en una carretera que sale a la derecha. Hay que subir y curvear. También la iglesia de la Nativitat de Durro tiene porche, cuyo arco de entrada ofrece una buena perspectiva sobre los picos nevados, pero no ábside tras su única nave, porque desapareció tras un derrumbamiento. Los capiteles del pórtico están oscuros, deteriorados, apenas se adivinan los motivos; también tiene un herraje medieval, pero no impresiona como el de Coll. Donde luce esta iglesia es en los cinco pisos de su campanario, con ventanas geminadas, visible desde lejos.
Es hora de comer. La iglesia está cerrada. Será el momento, si has empezado tarde la excursión, de subir caminando por una pista, atravesando el riuet de Durro, hacia la ermita de Sant Quirc, recientemente restaurada. No tardarás más de media hora. El lugar, ideal para hacer picnic. Todo es paisaje exterior en este lugar: hacia arriba, los macizos cercanos, los picos nevados, y pequeños lagos a los que podrías acceder si tuvieses días de sobra para hacer senderismo, hacia abajo los valles y barrancos de los ríos pirenaicos, Durro y Barruera.
La ermita está cerrada pero su obra más valiosa esta en el MNAC de
Barcelona, el extraordinario frontal (Siglo XIII) que representa el martirio de
los santos Julita y su hijo Quirce, aserrados por la mitad, clavados con
pinchos y espadas y quemados en una olla.
Tras
el descanso en este paraje solitario puedes volver a la Iglesia de Durro y
recluirte en su paisaje interior. Déjate penetrar por el silencio que viene de los siglos,
atrapado en la bóveda y los arcos fajones. De la imaginería románica solo queda
una talla muy maltratada por el tiempo, una cabeza de Nicodemo. No te detengas en
los retablos añadidos en siglos posteriores.
Puedes
volver a Barruera para hacer provisiones en alguno de los super, porque si has
pedido alojamiento en el valle, es posible que te encuentres en esta época con
la mayoría de los restaurantes cerrados. Tómate una caña en la Rutlla, si das
por concluido el día, enclavado en un paraje bonito. Y mañana sigue con las
iglesias románicas del valle, las que quedan te quitarán el hipo.
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