jueves, 25 de abril de 2024

La venganza de la Tragantía

 


Yo soy la tragantía

hija del rey moro,

quien me oiga cantar

no verá la luz del día

ni la noche de San Juan




Todo lugar que se precie ha de tener su mito, una historia que contar, un poso que lo envuelva en el misterio de lo antiguo. Se supone que los moros son los más celosos entre los hombres -Otelo, el más famoso de todos-, y los padres moros los más posesivos de sus hijas. El rey moro de Cazorla cuando las hordas cristianas se acercaban a la ciudad guardó a su hija en una cueva oculta del castillo de Yedra, con provisiones para cubrir sus necesidades, mientras él con sus tropas se escondía en la sierra esperando a que el ejército cristiano levantara el sitio y huyera. No ocurrió, sino que los cristianos conquistaron para siempre Cazorla (si hemos de hacer caso a la historia, eso fue en 1326) dando alcance y muerte al rey moro y a su séquito.




La princesa mora abandonada e ignorada, afectada por la humedad y oscuridad de la cueva se transformó en un extraño ser, mitad serpiente mitad mujer, de la que solo en la noche de San Juan se oye el lamento bajo la bóveda del cauce subterráneo del Cerezuelo. Quien la oiga esa noche, antes del amanecer morirá. Es su venganza. En una repisa del túnel por el que discurren las aguas del río, bajo la Iglesia de Santa María, se ve la figura desmejorada de la Tragantía.




Cazorla fue un lugar estratégico en el periodo de las guerras entre cristianos y moros, conquistada y reconquistada varias veces, por su valor en la cercanía al Reino de Granada. La figura de la mujer serpiente o reptil ('Tragantía' deriva de las palabras 'dragón' y 'tragón') es común a muchas tradiciones culturales, ya aparecía en pinturas rupestres hace 15.000 años.




No hay que remontarse atrás en el tiempo para forjar mitos que den empaque a una ciudad o a un lugar.


A veces entre tantas sale una foto buena, aquella que no esperabas en un punto al que no habías prestado atención. Las mejores fotos son las que no has hecho y lamentas cuando a posteriori ves la imagen en el recuerdo. Después de haber bajado de Montesión por el río Cerezuelo, llegó la hora de tomarse una cerveza. Estábamos en el lado sombrío de la plaza vieja en una zona poco concurrida. Avistamos una terraza y un bar. Inspeccionamos el interior para sentarnos dentro, pero solo había algo parecido a una barra de bar sin lugar donde aposentarse. Salimos y por la puerta conlindante volvimos a entrar, pero era la cocina, la cocina del bar. Un hombre con indefinidos años a cuestas y vestimenta y andares lentos nos dijo que no había dentro que solo atendían fuera. Nos sentamos e hicimos la comanda. El hombre se dirigió a otra mesa con otro hombre con más años y maneras igualmente peculiares, más lentas si cabe. Le dijo, 'Levántate, que hay faena'. Tardaban en servir.


Esa era la foto que no hice: el bar restaurante con dos puertas, a un lado la cocina, donde el primer hombre sostenía en una mano un plato y con la otra de un tarro de aceitunas iba sacando con los dedos una a una para llevarlas al plato, al otro el bar propiamente dicho con barra sin espacio. El segundo hombre, además de las bebidas nos trajo una ración de chorizo con tomate. Cuando vimos la cuenta comprobamos que en el abultado precio de las bebidas estaba el de los chorizos no pedidos. Nos preguntamos cómo preparaban las raciones y las tapas anunciadas en la pizarra exterior, cómo funcionaba aquella cocina sin espacio, qué hacían en los días de lluvia o de frío, cómo mantenían el local, la clientela, el negocio, de qué vivían, cuántos años llevaban con aquel modos operandi.


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Musik. J'entends tout ce qui joue (dans ta tête )



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