sábado, 27 de abril de 2024

El gran experimento

 


Dudo que haya sido deliberado. Caben dos posibilidades que haya sido forzado por alguien superior a él (no por el cargo, sino por la información disponible) o que haya sido un pronto emocional (una reacción ante algo que le disgusta). La consecuencia es que ha sometido al país a un estrés insólito. Eso sucede por conceder a una sola persona tanto poder. La alternativa son los regímenes parlamentarios donde el Ejecutivo está sometido a la fuerza del Parlamento, un Parlamento donde los escaños pertenecen a los parlamentarios que se presentan en listas abiertas, no a los partidos.


Como si no hubiese bastado con el gran experimento que sufrimos durante la pandemia del Covid-19, estamos viviendo uno nuevo durante 5 días, que los politólogos y sociólogos podrán estudiar. A nivel mundial incluso europeo lo que suceda no tiene mayor importancia porque España es un país de segundo o tercer nivel. Sí lo tiene para comprobar la calidad de nuestra democracia, si resistirán las cuadernas de nuestro sistema, si el edificio constitucional aguanta la intemperancia.


De momento lo que se puede observar es que ante la falta de hombre al timón muchos se sienten náufragos y en vez de esperar a que acabe el experimento se lanzan al mar para llegar a la playa. Otros anhelan que el barco se desencuaderne y con las tablas flotando construir uno nuevo. Hay incluso quién piensa y lo dice a voz queda o gritando que si el barco no tiene timonero necesitamos con urgencia un Hombre fuerte y decidido, el mismo que se ha ido a pensar pero fortalecido (‘Vuelve, Pedro’), para unos, y otro muy diferente, opuesto, para otros. Hombres templados se ven pocos o callan como si el experimento no fuese con ellos.


Las democracias liberales surgidas en el siglo XIX se crearon como réplica o sustitución de los regímenes de origen divino o providenciales, monárquicos o aristocráticos. Su función es resolver los problemas prácticos de las naciones, bajo las premisas de que todos los hombres son libres e iguales -un hombre, un voto- y cuyo fin último es que todos tengan las mismas oportunidades. Por tanto, los hombres providenciales son una anomalía, una distorsión que recupera por otros medios aquello que tanto detestábamos.


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