Si la misma reforma proyectada sobre el sistema de elección de los magistrados del TC se podía y se puede, y de hecho se va a hacer, por los procedimientos contemplados en la legislación, ¿entonces por qué empeñarse en hacerlo ilegalmente, por qué no hacerlo en tiempo y forma? ¿Para crear atmósfera? Al ciudadano se le pide un acto de fe: la democracia está en peligro. Está en peligro, no porque se contravenga la Constitución mediante atajos, sino porque quienes deben vigilar para que se sigan las reglas no se avienen a consentir. La urgencia las prisas y la agitación retórica crean la atmósfera necesaria para que el ciudadano fiel no formule preguntas y consienta.
Pero ¿El ciudadano común, el elector, se pregunta? ¿Se pregunta por la constitucionalidad de los atajos legislativos? ¿Censura que se rebajen las penas por malversación, que se pacte con los malversadores, que utilizan el dinero de los impuestos de los ciudadanos para violar sus derechos y prometen que lo volverán a hacer, para que salgan cuanto antes a la calle?
No pueden, la mayoría no puede hacer preguntas. No están entrenados para ello. Su relación, su lazo, el cordón umbilical con sus representantes políticos es mediante la fe. Y el primer sustrato de la fe es la resignación: uno no pregunta sobre lo incomprensible o lo irracional o lo inexplicable, sino que lo acepta como dato. No se trata de aceptar lo que el dirigente político proponga o actúe bajo la suposición de que por algo lo hará, de que por debajo del mal que sus acciones provocan haya de haber un bien oculto superior, no, el componente primario de la fe es la aceptación resignada (sumisión en el caso del Islam) que nace, en frase de William James, de la voluntad de creer. Por tanto es inútil mostrar razones bien argumentadas al creyente, preguntas incómodas. La fe basta, por encima de las obras. Con el creyente no se discute.
En el teatro de la política no hay ciudadanos responsables y reflexivos que escogen opciones razonables y prácticas para el buen gobierno de lo común, ni siquiera espectadores de un drama conmovidos por el trajín de las emociones que se representan ante sus ojos, sino fieles bautizados en los que no cabe la duda o la objeción a los compromisos de su Iglesia. Dios tiene sus razones.
Claro que siempre cabe la caída del caballo, en algún caso cabe el cambio en la dirección de la fe. ¿Y si tuviera la razón el otro lado? No cambian mucho las cosas pues salvo ese momento de fascinación por el otro odiado y perseguido, y ahora aceptado en la intimidad, la fe permanece.
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