Lo único que sí sabemos con certeza es que la realidad solo se volverá más extraña en las próximas décadas
¿Por qué de pronto, inesperadamente, la sociedad chilena, o una parte, cuando los indicadores de bienestar estaban en lo más alto, se trastorna e inicia un camino que no sabe dónde la va a llevar? Antes que en Chile ha sucedido en otros muchos sitios. Pensemos en el 15M. A unas sociedades las lleva en una dirección: Jair Bolsonaro, Donald Trump y Boris Johnson; a otras en otra: Syriza, Podemos, chavismo. En casi todas las familias hay miembros con problemas mentales. ¿Es siempre una desgracia? ¿Es un callejón sin salida, la locura? ¿Puede ser una vía para ampliar nuestra capacidad perceptiva? En la familia de Benjamin Labatut hubo varios casos, reconoce. La locura, el malestar social son un punto de partida para indagar en personajes públicos que destacaron por adoptar puntos sorprendentes sobre la realidad. ¿Hay un método científico exacto para otear lo que va a suceder?, se pregunta Labatut.
«En 1961, el meteorólogo y matemático norteamericano Edward Lorenz echó a correr una simulación del clima en su computador. Su modelo era sencillo y reducía el clima a solo un puñado de variables, pero era capaz de replicar, a grandes rasgos, la atmósfera de nuestro planeta. Durante su primer intento, Lorenz introdujo a mano los números que determinaban la temperatura, la humedad, la presión del aire y la velocidad del viento, y luego la máquina realizó la simulación y registró el resultado: pero la segunda vez Lorenz imprimió las variables, y las volvió a meter al cerebro del computador, pensando que eran los mismos números, sin saber que su máquina había redondeado las cifras —después del cuarto punto decimal— porque no era capaz de imprimir más que eso. Cuando el matemático vio su nueva simulación, esperando exactamente el mismo clima, ya que estaba seguro de haber utilizado las mismas variables, se topó con un patrón de clima completamente distinto, que no guardaba ninguna relación con el primero.»
Lorenz descubrió que para su sistema de ecuaciones lo contrario era cierto: un error minúsculo podía ser verdaderamente catastrófico. La teoría del caos fue la tercera gran revolución científica del siglo XX, junto con la relatividad y la mecánica cuántica. La teoría del caos introdujo la noción de imprevisibilidad: nuestro mundo, nuestras sociedades, incluso nuestras propias mentes, no son fenómenos que podamos controlar del todo. Se preguntaba Lovecraft: ¿vamos a subir hacia la luz, o vamos a retroceder, temblando, de vuelta hacia la oscuridad? En los sistemas dinámicos algo parece escapar a nuestro alcance. Cuanto más investigamos más distante aparece la comprensión de la realidad, hasta el punto de preguntarnos, ¿qué no sabemos que no sabemos? Sigue Lovecraft:
«Los hombres con un intelecto más amplio saben que no hay una distinción clara entre lo real y lo irreal; que todas las cosas aparecen de la forma en que lo hacen solo por virtud de los delicados medios físicos y mentales a través de los cuales cada individuo se hace consciente de ellas; pero el materialismo prosaico de la mayoría condena como locura aquellos destellos de extrema lucidez que penetran el velo compartido del evidente empirismo.»
Sin embargo, ante las dudas, Labatut recurre a la autoridad de Hilbert: tenemos que saber, y sabremos. La ciencia prevalecerá.
El 2 de marzo de 1974, cuando Philip K. Dick abrió la puerta de su casa para recibir un paquete, vio a una mujer que llevaba un collar en forma de pez y en ese momento un destello de luz neón le atravesó el cráneo. Movido por esa especie de revelación en el Festival Internacional de Ciencia Ficción de Metz, en 1977, dejó al público boquiabierto al leer un texto titulado: Si encuentras que este mundo es malo deberías ver alguno de los otros mundos. Aquí el video. Dick considera
«la posibilidad de que existan líneas de tiempo ortogonales, mundos paralelos que intersectan el flujo lineal del acontecer en noventa grados y que luego se separan y ramifican hasta el infinito: medita sobre el eternalismo y el concepto de «bloque de tiempo» que propuso Einstein, donde todos los instantes son actuales, y donde no hay un pasado en el cual apoyarse ni un futuro que conquistar, solo un presente sin fin, extendido hacia la infinidad: habla de una deidad inmanente, con «mil cuerpos de Dios colgados como si fueran trajes en un closet gigantesco», y nos ruega que consideremos, aunque sea por un instante, todo el cosmos como si fuese una sola entidad consciente (…) [Y acaba con una idea] que desafía nuestra credulidad: a saber, que nuestro mundo, esta sólida masa de roca que habitamos, no es verdaderamente real, sino que deberíamos pensar en él como en un simulacro, o una simulación.»
Labatut: nunca debemos olvidar que la ciencia no es solo un método: también es un delirio metafísico, la ilusión de pensar que nuestro mundo se conforma a un orden que podemos descubrir y entender.
Tras un breve paréntesis en el que alude al cuadro al que se refiere el título del libro, La cura de la locura o La extracción de la piedra de la locura, de Hieronymus van Aken, el Bosco, en el Prado, que representa una vieja superstición del Medioevo, la idea de que la demencia era causada por una piedrecilla que se podía alojar en el interior de la cabeza, presenta en escena a una loca escritora anónima, no sabemos si realidad o ficción, que critica el libro que ha hecho famoso a Labatut en todo el mundo: Un verdor terrible. Comenta la anónima autora:
«Si uno se acerca y le hace zoom al texto, son puras mentiras, ridículas mentiras, pero si uno se aleja, hay una verdad mayor que se logra transmitir, y que es muy perturbadora.» En su caso [comenta Labatut], esa verdad es que aunque está claramente desquiciada y confundida, solo está haciendo lo que todos tenemos que hacer, especialmente hoy en día: está tratando, desesperadamente, de construir su propio sentido del mundo.
Así se acerca al tema central del libro, ¿existe un sentido del mundo?
Debido a su implacable monomanía [de la anónima autora, la idea de que todo es plagio], para ella todas las cosas parecen ser una copia de una copia de una copia, y desenterrar el original, encontrar lo real para poder separarlo de sus innumerables duplicados y simulacros, no es meramente difícil: es imposible.
Puede que entonces la locura o lo irracional, las lecciones que nos dejó la delirante iluminación de Philip K. Dick alcancen sentido: que a veces volverse loco es una respuesta adecuada a la realidad, que la verdad y la locura pueden ser síntomas de la misma enfermedad y que el precio que pagamos por el conocimiento es la pérdida de la comprensión.
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