domingo, 26 de julio de 2020

Monarca


El monarca, al menos hasta ahora, era el personaje de un cuento, un individuo extraterritorial salido de una novela cuyas aventuras se relataban en directo. La gente, el pueblo, lo seguía con atención, con devoción, con admiración, con envidia. Como tal, como monarca, se comportaba de forma discrecional al margen de las costumbres del resto del pueblo, incluso era inmune a la ley por su carácter ficcional, se le preservaba de la corrosión del tiempo y de la política. Quien se le acercaba tocaba la inmaterialidad y la intemporalidad o en todo caso la historia. Ese carácter extraterritorial ha pasado en las repúblicas al presidente. Casi todos los presidentes franceses tenían una historia que contar al margen de su función institucional, de la que se encargaba la parte no política de la información o se supo después o circulaba como rumor. Fuera de los regímenes democráticos, la mayor parte de los presidentes o son brutales o son el hazmerreír. Salvo escasas excepciones (Mandela, Ghandi) no adquieren el carácter simbólico asociado a los monarcas.


Con la irrupción de Podemos todo eso se ha acabado, se quiere convertir al rey en uno más, ya que no un rey burgués al menos un ciudadano de a pie. Entonces la monarquía perdería su simbolismo. Sin embargo, Iglesias en su comportamiento sigue la estela de los grandes líderes comunistas que también se reservaban un espacio extraterritorial y extrajudicial al margen de las costumbres del pueblo y de las leyes. Reyes sin corona pero fuertemente ejecutivos. Dictadores sin piedad.


Pero así como el pueblo está dispuesto o lo estaba a perdonar las historias del Rey no lo está con el advenedizo, hipócrita y contradictorio Iglesias al que desprecia en el más profundo. Al rey le admira y perdona a Iglesias le teme. Pero lo que siempre han hecho los reyes no lo puede hacer Iglesias vivir del cuento porque su historia es vulgar y nada divertida.




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