No
será un pensamiento apegado a la materialidad, solucionadora de la
mecánica de la vida, lo que nos salve. Necesitamos volver las
grandes cuestiones. Es cierto que vivimos el mejor momento de la
historia del hombre si medimos la historia en términos de
supervivencia, pero no nos basta. Hemos de ver si hay alguna
respuesta nueva a las preguntas de siempre.
Pero
no sólo el pensamiento está ausente en esta jornada, también los
sentimientos nobles, grandes, morales. Si queremos fortalecer la vida
debemos establecer una nueva jerarquía sobre las emociones y los
sentimientos. En Dunkerque, una película muy bien
medida y entretenida, al director Christopher Nolan, no le ha
interesado ir más allá de los sentimientos pequeños, el amor a la
patria, la supervivencia egoísta de los soldados. No hay una
reflexión sobre el sentido de la guerra, la inanidad del individuo
ante la máquina militar, la radical hermandad entre bandos enemigos,
preguntas que deberían ser modernas y la almendra del pensamiento.
En todo el metraje no sale un rostro alemán, sólo la potencia
mortífera de su fuego. Nolan ha preferido el mero entretenimiento.
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