Todo
país que se precie ha de tener su museo nacional, construir un
pasado que vaya hilando con los restos de culturas dispares en el
tiempo y en el espacio una historia que dé sentido a la actual
nación unificada. El edificio de origen británico en el que se
arropa el sentido de este país es imponente, en el estilo imperial
británico. Se privilegian las huellas pictóricas y escultóricas,
mapas y otros tipos de documentación de los antiguos reinos con
capitales sucesivas en Anuradhapura, Polonnaruwa y Kandy y al budismo
sobre las otras religiones de la isla y apenas se da cuenta del
pasado colonial, desde que en 1505 llegaran los portugueses hasta la
independencia de los británicos en 1948. En la vida práctica de sus
gentes esos cuatro siglos y medio han tenido mucho que ver,
transformaron su vida, cambiaron el paisaje, urbanizaron la isla,
crearon las instituciones, pero en el imaginario de la nación
fabricada el largo y antiguo pasado es más fácil de domesticar.
Tampoco hay noticia de la larga guerra entre cingaleses y tamiles que
ha asolado la isla en las últimas décadas. El trazo de la historia
se mantiene mientras mientras dura el dominio del grupo que manda,
pero en estas tierras tropicales nada es duradero, todo lo nuevo
aparece con el sello de la corrosión.
Hay
un instinto natural de los orientales hacia el comercio. En las
ciudades, en los márgenes de las carreteras, en los lugares de
aglomeración hay una tienda, un tinglado o un hombre con su carga a
cuestas tentando a cualquiera que pase por allí. La mayoría de los
productos tienen poco valor pero hay a quien le gusta el arte del
regateo y ofrece poco por algo que no vale nada.
Es
el último día y la comida es en la última planta de un edificio
comercial. He pasado mala noche. Si existe alguna maldición que
afecte al turista descreído aquí debería ser la de Ashoka el
fundador indio que habría enviado a su hijo Mahinda, en el siglo III
ac, a introducir el budismo theravāda en la isla. La comida como por
doquier es ardientemente especiada así que no puedo comer nada. El
menú cuesta 1900 rupias lo que me parece prohibitivo para la gente
de aquí. Solo se ven oficinistas trajeados con coloridas corbatas.
La
salida de la ciudad es espantosa, un atasco interminable antes de
llegar al aeropuerto, hacer escala en la impersonal Abu Dhabi y
llegar a Madrid.
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