Consideremos un escenario corriente que podemos encontrar en todos
los tribunales del mundo: un hombre comete un acto delictivo; su equipo legal
no detecta ningún problema neurológico evidente; el hombre es encarcelado o
condenado a muerte. Pero hay algo diferente en la neurobiología de ese hombre.
La causa subyacente podría ser una mutación genética, cierto daño cerebral
causado por una apoplejía o un tumor indetectablemente pequeño, un
desequilibrio en los niveles de neurotransmisores, un desequilibrio hormonal, o
cualquier combinación de todas esas cosas. Cualquiera de estos problemas podría
ser indetectable con la tecnología actual. Pero puede provocar diferencias en el
funcionamiento del cerebro que conduzcan a un comportamiento anormal. (David
Eagleman, Incógnito)
¿Podemos elegir libremente o estamos atenazados por
la biología? ¿De qué es culpable un hombre que asesina a alguien estando
sonámbulo, o que lo hace porque un tumor presiona su amígdala? ¿Qué significa
exactamente culpabilidad? ¿Los principales peritos en las cárceles no deberían
ser los neurólogos que han estudiado el cerebro del acusado, siempre que eso
sea posible, porque quién nos garantiza que lo que hoy no es visible no lo será
cuando las técnicas de exploración avancen más? En consecuencia, ¿son útiles
las cárceles para rehabilitar a los drogadictos o a quienes tienen la desgracia
de tener una rara combinación genética? David Eagleman cree que el castigo debe
estar en función de la neuroplasticidad cerebral, que la jurisprudencia debe
basarse en la biología, que es necesaria la rehabilitación personalizada
intentando modificar, siempre que sea posible, los circuitos neuronales,
trabajar con los lóbulos frontales –órganos de la socialización- que no están
desarrollados hasta los ventipocos años y que más que hablar de responsabilidad
habría que hablar de modificabilidad, la posibilidad de rehabilitar.
Queda un
largo camino que recorrer. Aunque algo ha cambiado desde que, desde la ciencia
radical, el muy prestigioso Stephen Jay Gould se preguntara en 1976: “¿Por qué
queremos atribuir a los genes la responsabilidad de muestra violencia y de
nuestro sexismo?” y en el periodismo de derechas, Andrew Ferguson escribiera en
1992: “La «creencia científica» […] parecería echar por tierra cualquier noción
de libre albedrío, de responsabilidad personal o de moral universal”.
“La cuestión no es si cada vez se va
a explicar mejor la naturaleza humana con las ciencias de la mente, el cerebro,
los genes y la evolución, sino qué vamos a hacer con estos conocimientos.
¿Cuáles son de hecho las implicaciones para nuestra idea de igualdad, progreso,
responsabilidad y el valor de la persona? Quienes desde la izquierda y desde la
derecha se oponen a las ciencias de la naturaleza humana tienen razón en una
cosa: se trata de cuestiones vitales. Lo cual es mayor motivo para que se
afronten no con miedo y recelo, sino con la razón”. “Stephen Pinker: La
tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana).
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