Las
campañas electorales no son el mejor medio para tomar el pulso al país, lo
demuestra el barro por el que se arrastran los candidatos en este final de
carrera. Lo importante ha sucedido en el último año. Los ciudadanos han visto
que había un modo nuevo o renovado, más limpio, de enfrentarse a los asuntos comunes. Lo
novedoso si es razonable requiere tiempo y paciencia. No es necesario que lo
asuma la mayoría de la población de golpe, va calando poco a poco, lo
importante es que lo asuman las capas ilustradas, que se extienda por la clase
media.
No se trata
de que Rajoy sea de derechas, es que no ve lo que está sucediendo. Él sigue en
un mundo que está desapareciendo: se sube a un banco en Benavente, juega a las
cartas con viejos en un bar, va a un programa de la Campos o de Bertín,
babeando y haciendo babear a sus recalcitrantes, dice cosas ante los
micrófonos, frases altisonantes y vacías, pero no se da cuenta de que no tiene
público, que sólo le sigue un puñado, aunque sea tan numeroso, gente que como
él no ve que las cosas ya no son como eran.
No lo ve
porque está demasiado comprometido con lo que ha sido su vida y las formas con
las que ha crecido y prosperó. El país ya no es el mismo, la gente no es la misma,
hay un socavón en medio. Hay cadenas de televisión, periódicos, radios que le
arrullan, que le protegen para que no sienta vértigo pero el país ya no es
suyo, como tampoco de todos los que viven de su filosofía, muchos, legión, pero
que tendrán que ir abandonando el escenario.
No se trata
de la crisis económica, de la corrupción, de la guerra contra el terrorismo, aunque tengan
importancia, es que una generación nueva está suplantando a la vieja. Su cabeza
está ordenada de modo diferente, con otras prioridades, que ven como extraño a
ese hombre que se sube a un banco para hablar a no se sabe quién y que no dice
nada cuando habla.
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