Cuando hace
5 millones de años se produjo la expulsión del paraíso terrenal, como
consecuencia de la reducción de las selvas húmedas, algunos de nuestros
antepasados como el Australopithecus afarensis (“Lucy”) tuvieron
que adaptarse a una alimentación más pobre y escasa, en vez de frutas y hojas
tiernas raíces y vegetales menos nutritivos en su dieta y con periodos de
hambre. Es el momento en que aparece el bipedismo.
Otro cambio
climático hizo que hace dos millones de años, a causa de la escasez de
alimentos vegetales, los primeros Homo, como el Homo ergaster, básicamente
carroñero, tuvieran que alimentarse de animales terrestres y acuáticos. Ese
cambio estimuló el crecimiento del cerebro, la fabricación de instrumentos de
piedra y la colonización del planeta a partir de África.
La última
etapa de la evolución ocurrió hace 200.000 años cuando el Homo Sapiens
Sapiens se fue extendiendo fuera de África y desplazando, y eliminando,
al resto de los homínidos. Hace 100.000 años llegó a Europa. Tuvo que soportar
miles de años de glaciación, alimentándose exclusivamente de caza y pesca y
cuando esta cesó impulsó el rápido cambio hacia la agricultura, la ganadería y
la industrialización, lo que produjo la entrada en un nuevo edén alimentario.
La
evolución fue adaptando nuestra biología a los sucesivos cambios. Así mientras
el intestino delgado era cada vez más largo, el grueso era cada vez más corto
como consecuencia del abandono del bosque tropical y la menor ingesta de
vegetales y frutas, en consecuencia hemos perdido una cámara donde fermentarlos
como hacen los herbívoros. En nuestros antepasados vegetarianos, como el Ardipithecus
ramidus, para asimilar la glucosa procedente de la digestión de vegetales y
frutas a través de la pared del intestino, se estimulaba la secreción de
insulina por el páncreas, lo que abría los canales para que se metabolizase en
células del hígado, del músculo o en células grasas del tejido adiposo para su
asimilación. Estos ancestros tenían una elevada sensibilidad a la acción de la
hormona de la insulina, lo que permitía que el exceso de glucosa desapareciese
rápidamente de la sangre. Sólo las neuronas cerebrales utilizan la glucosa de
forma continua como combustible sin el estímulo de la insulina. Pero a medida
que las condiciones ambientales variaron, cuando la comida comenzó a escasear,
nuestros antepasados se adaptaron haciendo que el exceso de nutrientes en
épocas de bonanza alimenticia se almacenase en forma de grasa en el tejido
adiposo para las épocas de escasez nutricional. Eso se hizo desarrollando una
resistencia a la acción de la insulina en el músculo aunque no en el tejido
adiposo, dando lugar al llamado genotipo ahorrador de energía o mono obeso. Ese
es el mecanismo genético que aún no ha variado, la insulinorresistencia
y la hiperinsulinemia, que hace que muchas personas en la actualidad sean
obesas. ¿Se puede combatir dicha disfunción?
El remedio
que propone J.R. Campillo es acercar nuestro modo de vida lo más posible al de
aquellos de nuestros antepasados en los que se produjo el llamado genotipo
ahorrador, lo que el autor llama dieta darwiniana. Para ello en vez de ganar
peso hemos de perderlo. Nuestra dieta debe ser en un 50% vegetal
(frutas, verduras, raíces…) como el Ardipithecus ramidus, un 30 % de
tubérculos, semillas verdes y frutos secos como el Australopithecus
afarensis, un 18% de carne y pescado, así como agua suficiente (1,5 litros
al día), como el Homo ergaster, y un 2% de los productos de la
revolución agrícola, de la época del Homo sapiens sapiens, como
cereales, legumbres, leche y derivados y bebidas fermentadas, distribuyendo la
comida cinco veces al día. Esa dieta se ha de complementar con ejercicio
físico que compense el sedentarismo, que impide el gasto
energético que almacenamos en los excesos nutricionales, y el estrés,
que hace que los ácidos grasos movilizados en esas situaciones no se consuman.
Pocos
libros tan claros, tan racionalmente explicados y tan convincentes.
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