Hay libros
que no puedo leer, que se me atragantan, aunque sean de gran éxito. Pongo dos ejemplos, uno de
público, otro de estima.
Comencé Los cuerpos extraños, de Lorenzo Silva,
porque se anuncia la llegada del escritor a esta ciudad para tener una charla
con sus lectores. Forma parte de una serie policíaca con picoletos como
protagonistas, de gran éxito. He persistido en la lectura más allá de mi
tolerancia, un tercio quizá de la novela, sin encontrar nada que me retuviera
entre sus páginas. En este caso no puede hablarse de estilo llano sino plano,
lleno de frases hechas y palabras de poco valor, la acción rectilínea, en torno
a la investigación sobre el asesinato de una alcaldesa de una ciudad levantina,
no levanta el vuelo. Hasta donde he llegado, se trata de conversaciones sin salsa
en las que apenas se avanza, los personajes son bidimensionales y lo que se
dice replica conversaciones de charla familiar o de café. No entiendo el éxito
popular, aunque sí el premio planeta concedido a una novela de la misma serie
de este escritor.
He comenzado Leche
materna, de Edward St Aubyn, con gran expectación después de haber
leído inmejorables críticas de entendidos, quienes daban cuerda al succès
d’estime del autor, sobre todo de sus libros autobiográficos. Leo los dos
largos primeros capítulos en la sala de espera de un laboratorio, pero ni una
página más. La voz narradora se hace increíble porque es la voz de un recién
nacido, que expone sentimientos, emociones y pensamientos, con ese ácido humor,
aseguran, propio de las clases altas inglesas, que a mí no me hace dibujar una
mínima sonrisa. No me interesa como está contada, tampoco lo que cuenta, las
vicisitudes de una familia, sus niños, la abuela rica, aristocrática, las
chachas y demás. Quizá haya comenzado con la novela equivocada del autor.
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