Apenas tengo conciencia de que se haya acabado el viaje. De vuelta a la hospedería vuelvo a ver la vieira marcando el camino en el suelo brillante y resbaladizo del anochecer, algunos peregrinos rezagados, siempre bajo la lluvia. Mientras ceno hablo del viaje con Javier, le recuerdo mis cuatro semanas, aunque ya he sobrepasado la quinta. Mi experiencia contradice la de Jean-Cristophe Rufin en su El camino inmortal. La primera semana es la del dolor. Todo el mundo pendiente de los pies, de las rodillas, de la cadera, músculos y tendones, ampollas y rozaduras. Se intercambian recetas, trucos para caminar o llevar la mochila, se alardea de dónde se ha comenzado el camino. La segunda es la del hedonismo. Al paso por la Rioja se consumen grandes cantidades de vino, de queso y de jamón. Se hacen amistades jaraneras de las que es difícil librarse. La tercera es la de la introspección. A ello ayuda la llanura castellana, los profundos horizontes, los senderos rectilíneos, el silencio del amanecer. Por fín, sucede el síndrome de la cuarta semana, el ansia por llegar cuanto antes a Santiago, sin una razón que explique ese desasosiego. Cada uno vive su propio camino, este es el que yo he vivido.
sábado, 8 de noviembre de 2014
Camino. Santiago
Apenas tengo conciencia de que se haya acabado el viaje. De vuelta a la hospedería vuelvo a ver la vieira marcando el camino en el suelo brillante y resbaladizo del anochecer, algunos peregrinos rezagados, siempre bajo la lluvia. Mientras ceno hablo del viaje con Javier, le recuerdo mis cuatro semanas, aunque ya he sobrepasado la quinta. Mi experiencia contradice la de Jean-Cristophe Rufin en su El camino inmortal. La primera semana es la del dolor. Todo el mundo pendiente de los pies, de las rodillas, de la cadera, músculos y tendones, ampollas y rozaduras. Se intercambian recetas, trucos para caminar o llevar la mochila, se alardea de dónde se ha comenzado el camino. La segunda es la del hedonismo. Al paso por la Rioja se consumen grandes cantidades de vino, de queso y de jamón. Se hacen amistades jaraneras de las que es difícil librarse. La tercera es la de la introspección. A ello ayuda la llanura castellana, los profundos horizontes, los senderos rectilíneos, el silencio del amanecer. Por fín, sucede el síndrome de la cuarta semana, el ansia por llegar cuanto antes a Santiago, sin una razón que explique ese desasosiego. Cada uno vive su propio camino, este es el que yo he vivido.
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