Jennifer Lawrence y Kate Upton |
No era la
primera vez que veía a Jennifer Lawrence, pero en El lado bueno de las cosas me quedé prendado. Quién no puede
enamorarse de esa mujer que convierte su desequilibrio emocional en encanto. No
hay nada más cercano a los antiguos dioses que esos seres complejos pero
limpios, bien vestidos y relucientes a los que se adivina olorosos y dulces al
tacto que aparecen en la pantalla en realidades acotadas, con problemas que se
parecen a los nuestros y que encuentran soluciones glamorosas y definitivas.
Aunque el cine ha perdido la magia de la gran sala a oscuras ha ganado en realismo
y espectacularidad. Greta Garbo era una diosa distante y fría pero la multitud
estaba imantada ante su mirada introvertida, llena de misterio. Las diosas de
ahora son como nosotros, exhiben sus problemas que son los nuestros, tan
cercanas como nuestras amigas o hermanas, no más distantes que las chicas que
vemos en la calle o nuestras hijas. Lo que les mantiene en el Olimpo son los
personajes que interpretan, personajes cerrados, con contornos precisos,
despojados de los rincones oscuros, del sudor de los calcetines sucios
arrojados en el baño. Lo mismo se podría decir de los dioses que las chicas
miran con deleite en la misma pantalla o en el campo de fútbol. Pero ya sabemos
que cuando se despojan de los afeites y del vestuario brillante, cuando la luz
deja de enfocarlos parte de su magia desaparece. Todos los días en miles de
canales aparecen bajo un foco más general, iluminados de forma menos
favorecedora, pero tan cercanos. La admiración no cesa por ello, muchos chicos
y chicas piensan que podrían ocupar su lugar, cosa que no ocurría con Greta
Garbo, incluso se alegran cuando les pillan en un posado robado.
¿Cambia
algo las fotos hackeadas estos días, robadas de los teléfonos móviles de las
diosas y divulgadas contra su voluntad? No mucho, quizá la confirmación de que
esas chicas son chicas tan vulgares como quienes las admiran. En la intimidad
hacen lo que cualquiera de su edad hoy mismo, se fotografían desnudas o procaces,
juegan a exhibirse. No se parecen en nada a los personajes que interpretan y de
quienes sus admiradores se enamoran. En la intimidad exhibida o robada tienen
la misma edad que aparentan. De los dioses antiguos se contaban historias que
reproducían los deseos y miedos, los defectos y las miserias, también las
pulsiones más ocultas de los humanos. Pero estaban recluidos en el monte
elástico pero inmaterial de la imaginación. De las diosas de ahora vemos el
tampax y las gomas de sus amantes. No queda ningún reducto reservado. La cámara
de fotos es una tentación irresistible ante la necesidad universal de exhibición.
Son como nosotras, soy como ellas. Nunca como ahora parece tan cercana la idea
de que cualquiera puede pertenecer a la raza de los dioses. Esos dioses que
aparecen al otro lado del espejo del baño y que un chico o una chica de hoy
fotografía sin cesar.
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