Ahormados
por la lógica causal y hasta por el determinismo siempre nos sorprenden los
sucesos singulares, en apariencia fortuitos, y terminamos, incoherentemente,
por atribuirles una importancia mayor de la que les corresponde. 2014, a cien años del
pistoletazo de Gabrilo Princip sobre el archiduque Francisco Fernando, ¿habría
habido guerra mundial sin ese hecho singular? 2014, la confesión del molt honorable evasor fiscal Jordi Pujol, ¿habría
alcanzado Cataluña su independencia sin esa singular deposición?
No hay que desdeñar el efecto
benéfico que la confesión del hombre que durante 23 años organizó la vida
pública catalana puede estar teniendo para que muchos nacionalistas catalanes
acerquen sus pies al suelo. La burbuja nacionalista estaba adquiriendo
dimensiones estratosféricas y en algún momento tenía que pinchar. Un hombre
embarcado dentro de una burbuja de ese tipo es inmune a la lógica y a los
datos. Por más que apareciesen pruebas, papeles, números, testimonios sobre la
creación de esa burbuja en beneficio de una familia y de una clase político-periodística-empresarial, el hombre embarcado no les prestaría oído y
daría pábulo a la propaganda creyendo que todo era invención y maquinación de
España, de los enemigos de Cataluña. Ahora de bruces contra el suelo a ese
hombre no le queda más remedio que prestar atención a las informaciones.
Empezará a tomarse en serio los datos que ya existían –todo el mundo en
Cataluña estaba al tanto, no sólo los que pagaban las comisiones, los que
recibían beneficios extras, los que emprendían un negocio; todo el mundo oyó a
Maragall en el Parlament la mención al 3%- pero también tendrá en cuenta los
números que le habrían de afectar personalmente al día siguiente de la
independencia.
La burbuja
comenzó aquel malhadado día en que el inconsciente ZP prometió en un mitin en
Barcelona, ante Pasqual Maragall, que él –España- aceptaría todo lo que el
Parlament catalán aprobase y no, como los más conspicuos propagandistas de la
burbuja quieren hacernos creer, con la sentencia sobre el Estatut –aprobado en referéndum
con un 48,85 % de participación- del Tribunal Supremo, y termina con esta
inesperada confesión del gran referente del nacionalismo. Dos hechos singulares
que parecen distorsionar el sentido de la historia, que la distorsionan durante
un breve espacio de tiempo, pero que a la postre no dejan de ser dos notas a
pie de página en los largos ciclos de la historia.
La
insustancialidad –la materia de que está compuesta una burbuja: una burbuja es
aire- de la aspiración a la independencia, su lógica, la trabazón de sus
argumentos, queda en evidencia con esa confesión. Qué ha movido al hombre que lo
era todo para Cataluña, el ideólogo -libros, conferencias, fundaciones- del
nacionalismo; el activista político, fundador de CDC y CiU; el presidente de la
Generalitat durante 23 años, impulsor de la actual deriva, tutor de Mas. Cómo
no se ha sacrificado por la Idea, bastaba con permanecer mudo. Todo lo que le
sucediese a él y a su familia, la persecución policial y periodística, la
instrucción judicial, el juicio y condena, las penas sería visto como una
maquinación contra Cataluña. Y, sin embargo, ha hecho saltar por los aires la
burbuja en el momento decisivo, aunque les pese a los que siguen tomando sus deseos por realidad. Por qué. Confluyen muchas cosas en esa decisión. El
carácter religioso del personaje –véase las palabras utilizadas en la confesión,
expiación, por ejemplo- que le lleva a reconocer la culpa, cargado ya de años,
y la necesidad de rendir cuentas ante instancias superiores; la estrategia del
bufete al que ha encargado su defensa que parte del inicial reconocimiento de
los hechos o de parte de ellos en un cálculo de ganancias y pérdidas y, en fin,
el asunto familiar, quizá impulsado por su esposa, que le exige inmolarse para
salvar a sus hijos.
En todo caso, la Nación, su gran obra política, ha estado
clamorosamente ausente de la confesión. Un análisis del estallido de la burbuja desde la teoría sociológica, aquí. Y aquí queda descrito el momento exacto en que se jodió Cataluña: “A partir de ahora, cuando alguien hable de ética y de
moral, hablaremos nosotros”.
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