Este
thriller, perpetrado por el director sueco, de ida y vuelta entre su país y
Hollywood, Lasse Hallström, titulado quién sabe por qué El hipnotista en
vez de el hipnotizador, promete cosas interesantes, intrigantes, al comienzo,
pero poco a poco la trama se va deshilachando hasta ofrecer un final sin
imaginación y una resolución facilona. Basado en una novela de serie negra de Lars
Kepler, que desconozco, con la cantidad de alternativas buenas que hay en los
escaparates de las librerías de un género tan en boga, no se entiende que haya
escogido una a la que le falta imaginación por los cuatro costados, disponiendo
Hallström de prestigio, financiación, buenos técnicos y buenos
actores.
El comienzo
es brutal, seco: un hombre, un entrenador, muere en un gimnasio a cuchilladas y
poco después, en su casa, lo mismo pasa con su mujer y sus hijos. Uno de ellos
queda malherido e inconsciente. La policía recurre al hipnotizador del título
para que haga hablar al chico que se encuentra en estado de shock. Hasta ahí el
comienzo que promete ser interesante. Después aparece el comisario soltero y la
compañera que le ayuda en la investigación, personaje totalmente deslavazado,
el hipnotizador que tiene problemas de convivencia con su mujer y un hijo y, por
fin, adelantada la trama, una madre desquiciada, con cierto parecido al
personaje de Mamá, pero muy mal dibujado. La hipnosis del título apenas tiene
desarrollo en la peli.
Da la impresión
de que Lasse Hallström, con notables películas en su haber, no se ha entregado
a fondo, que ha visto la oportunidad de colocar a su mujer, Lena Olin, en un
papel sin gracia, que la peli no tiene otra función que la de meramente
alimenticia.
Esta peli
noruega está ambientada en un suceso real, en los comienzos de la 2ª Guerra Mundial, cuando
Alemania invadía Noruega. Dos aviones con sus respectivas tripulaciones alemana
y británica son derribados en medio de la nevada montaña. Los tripulantes se
encuentran y han de convivir en una cabaña en medio del intenso frío y la falta
de alimentos. La enemistad guerrera de los militares se va atemperando por la
necesidad de la supervivencia hasta llegar casi a la amistad. La trama es
bastante previsible: tienen que ir desmontando la cabaña para alimentar el
fuego, la herida de uno de ellos en un codo se convertirá en gangrena y habrá
que amputar el brazo, uno de ellos morirá en el encuentro final con tropas
noruegas, la amistad proseguirá más allá de la guerra. A lo que hay que añadir
los estereotipos sobre la personalidad de los británicos y los alemanes.
Este
desarrollo hacia el pacifismo tan difícil de creer encuentra precedentes de
mayor calado en Infierno en el Pacífico y en El puente sobre el río
Kwai, sin embargo gracias a los buenos actores y al decorado la peli se
hace digerible.
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